De esta herida abierta que soy yo.
Nos recuerdan -si acaso-
No como almas perdidas y violentas
Sino, tan sólo, como hombres huecos,
Hombres rellenos de aserrín.
Los hombres huecos (I). T. S. Eliot
Soy frívolo y
también superficial; pero no soy imbécil. Sé que los adjetivos son apenas una ráfaga,
en medio una realidad mucho más vasta que lo que podemos enunciar. Entonces, también,
soy cobarde; lo suficiente como para no querer la vida de nadie más y sí ser
otro. Conmigo no me va bien. La jeta que tengo me jode bastante. Digamos que
tengo el despertar ligero y me voy sintiendo liviano, casi contento. Entonces,
verme al espejo me echa abajo la vida, sea lo que sea que eso signifique. No me
gusto, en resumen. Tampoco está bien el resto de mi cuerpo. Hablo de los pies,
las manos, la piel, el cabello. Hasta las uñas me crecen con disgusto. Sé de
algunos tarados que van de listos y han querido decirme que lo que importa es el
interior ¿endocrinología? Tampoco tengo buen humor. No hago ni puta gracia,
vamos que estoy harto de mí. Lo estaba más aquel día, buscando en google cinco formas
indoloras de matarme. Y cuando lo pienso, que te hayas fijado en mi debió
advertirme. Si no me fio de la gente con pretensiones, menos me fio de la gente
sin ambiciones. Tengo pretensiones y carezco de ambiciones, lo dicho: no me fio
¿Qué viste tú? Me imagino que poco, muy poco. Tú sí que tienes belleza, alegría,
elegancia y bondad. No vas a reconocer que la causa es que siempre te han
gustado las causas, algunas muy simples. Y no es que yo no tenga autoestima, es
que tengo razones de sobra, para no tenerla. Lo escribí al inicio, soy frívolo
y también superficial. Me cago en todo lo que tenga que ver con mis anhelos. Odio
vivir en un mundo en el que alguien como yo respire, coma, cague y orine. Soy lo
que menos ha valido la pena de entre todas las que cosas que he vivido y que no
han valido la pena en absoluto. Igual no te importó.
Cambiaste el
rumbo de tus pasos y cruzaste la calle, hasta llegar a la mesa en la que estaba
sentado mirando el ordenador. Truman Capote, escribió que ahora que todos eran
más bellos que él se sobreponía al horror, recordando lo hermoso que él había
sido y que todos eran privilegiados por estar presenciando su decadencia. Ese es
un buen pensamiento; pero yo no tengo buenos pensamientos y nunca he sido
hermoso… mejor a la mierda con Truman Capote y contigo, chica inquieta de la
buena voluntad. No debí sacar mis ojos del artículo que enlistaba pastillas,
navajas, hornos de gas y escopetas. Mientras viva, siempre me querré matar;
pero algo me dice que aquel día sí que iba a encontrar el coraje, para hacerlo.
Lo ordinario es que si un día –por fin, me mató; eso me haría sentir orgulloso
de mi. En este nivel de confidencia e impudicia uno asume ciertas cosas, una en
específico: cualquiera se daría cuenta que estoy hablando de alguien que me
dejó. Y cuando la sangre,
de esta herida que soy yo, se seque y se deje limpiar será la historia de mí,
al que dejan. Ya los tiempos dan lo mismo, si fue un día o siete años antes
de que aparecieras tú… el punto es que Violeta me había dejado. Compartía conmigo
mi opinión sobre mí. Se diría que estaba conmigo por un extraño presentimiento,
en algún punto –casi por probabilidades, yo podría ser alguien mejor. Aquella sensación
de estar esperando algo que jamás sucedería, me hacía comprometerme con los
hechos y fervientemente completar –aquí sí- el gatopardismo : Si queremos que todo siga igual, es
necesario que todo cambie. Y nosotros nos cambiamos por otros. Violeta y yo
nos dejamos de la forma más indiferente, replicando cada uno de los axiomas que
se supone debe tener toda despedida. Eso solo corroboró que sí que soy un desdichado;
pero qué dicha no ser un ignorante al respecto.
Recapitulando:
1.
Violeta y yo ya no estábamos juntos,
por fin.
2.
Me bastaba con buscar una forma de
matarme (sin dolor) para emplear el tiempo que me quedara de vida.
3.
En la cafetería, por cincuenta pesos,
te rellenan la taza de café y te dan la clave del wi fi.
4.
El auto desprecio nunca es el marginador
social que nos han contado.
5.
Algunos de ustedes prefieren
concentrarse en arreglar las descomposiciones en los demás, antes que admitir
las propias. Alguien dijo que eso les da certidumbre. Porque no pueden ver y de
poder ver, lo que verían les daría una imagen de sí mismos de la que no han
hecho más que alejarse.
Y tú ¿Qué hacías
ahí? ¿Qué clase de sociópata se presenta de esa forma? ¿A ti qué te importa si
soy vegano? ¿Quién carajos te crees con ese uso de las palabras, digno de una
secta? Son las doce del mediodía ¿No tienes trabajo? ¿Es que ya nadie trabaja
en esta ciudad? ¿Si todos dan talleres, para mejorar tu vida y todos tienen
productos que te ayudan a mejorar tu calidad de vida, como llegaron a eso? ¿Por
qué de entre todos en esta calle, por la que no pasa nadie, me elegiste a mí?
Yo no te quería
en mi vida en ese momento y tampoco te quiero en mi vida ahora. No eres como yo
ni yo soy como tú. Ser mejor de lo que eres, es algo tan triste y estar tan
concentrado en lo que soy, es algo tan doloroso. Media hora, hablamos durante
los malditos treinta minutos más esquizofrénicos en la historia de las medias
horas del mundo ¿Te habría soportado más si me la hubieras chupado ahí mismo? Pues
no ¿Te habría beneficiado de algún modo la ayuda que me ofreciste si yo la
hubiera aceptado? Pues tampoco. Entonces nada, suposiciones y evasivas… casi
como unos novios; pero más como unos exnovios. No sé por qué accedí, sé que en
ese momento lo sabía; pero en este momento, no sé por qué accedí. Tomaste mis
dos manos y las pusiste dentro de las tuyas que formaban un nido y me pediste
que te dejara guiarme. Me hiciste recordar a Jean de los X-men con su poder psíquico
y entonces me reí. Vaya mierda de mediodía, no solamente tener que pasarla
conmigo sino también contigo que eres imbécil. No importa cuanto lo contradiga,
me dejé guiar y cerré los ojos y respiré y puse mi mente en blanco y me fui
volviendo ligero… muy ligero. Con mis manos dentro de tus manos, nada había pasado
en realidad. Aquella vida y todos sus azares habían sido un esfuerzo por mi
parte, para dejarme destruir. Mi origen verdadero era un árbol o un camello o
un burro o un latigazo de El Zorro. Yo venía del escroto de la libertad y no de
una tribu que me había despreciado, a la cual nunca le importó echarme una
mano, para encontrar mi destino o evadirlo. Mi amor era una cascada o una luz
brillante o un vestido o una guitarra y no la constante inclemencia empequeñecida
por mis recuerdos. Sí, me estaba dejando nacer en el calor de tus manos
envolviendo las mías; era la tiranía de la necesidad ¿estaba yo tan quebrado,
como para responder a esa superchería? Me distraje, menos mal que me distraje. O
no. Porque nunca dejé de ser el ser frívolo y superficial que a causa de aquel
suceso se creería acreditado, para pedirte me la chupes ahí mismo. El contacto
de nuestras manos, volvió a sentirse incómodo y me solté.
Entonces me
dijiste aquella retahíla de conceptos por los cuales, todavía, me suelo quedar
mirando por encima del ordenador. Sentado en la mesa de alguna cafetería:
Lo que me gustó de ti es que estás despierto, tienes los ojos claros. Te
observas a sangre fría, sin prejuicios o demandas, eso es cruel; pero si
hubiera belleza en ti lo sabrías y admites que no la hay, eso es honesto.
Omar Alej.
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