La tristeza en el espíritu de Luciana.
Esta es la tierra muerta
Esta es la tierra de
los cactos
Aquí se erigen Imágenes
de piedra,
aquí reciben la súplica
De la mano de un hombre
muerto
Bajo el parpadeo de una
estrella agonizante
Los Hombres huecos. T.S Elliot
Yo no debía
de ser borracho, Torete. Que yo esté aquí es un error. Es en serio, odio el
sabor del tequila, del whisky, del ron, todo lo que aquí nos dan, no me gusta. Lo
detesto y me enferma ¿Qué por qué llevo –entonces, tres días sin salir de aquí?
¿No te das cuenta? Una vez que entras, salir es una puerta giratoria. Una vez
que caíste en la trampa y la luz del letrero en la entrada entra en tu corriente
continua de pensamiento, a partir de ese momento, salir es una ilusión. No es
que lleve tres días bebiendo sin saber si he dormido, comido, orinado o cagado,
es que llevo desde aquel día sin poder encontrar paz. Incluso aquí sentado, sin
que nada nos perturbe, al cuidado de La Virgen del Carmen en la pared, sé que
estoy errado, errático, sometido, ahogado, angustiado. Soy solamente un
empaque; pero de qué; pero cómo es posible que estando así, tan como sobras en
un plato de hace semanas, intente defenderme con preguntas; pero ¿es posible
morir sin que la muerte sea advertida? Claro, tienes razón, podría ser en el
sentido inverso: hemos vivido sin advertir la vida. Lo único decente en este
lugar es que no quede un solo espejo sin romper. El recordatorio de que de un
modo u otro nos haremos pedazos en el tiempo. Pedazos tan diminutos, de tal
insignificancia, que un virus se sentiría desconcertado por la posibilidad de
que le infectáramos ¿sabes que me gustaría? Volver a sentir miedo. Yo sé que tú
perdiste el miedo siendo un adolescente y que eso –al final, es lo que te
distingue; pero yo siempre he sido un cobarde y ahora que nada me importa,
demonios, como echo de menos esa sensación de tener algo que perder. No me
digas que me contradigo, no seas como el resto de la gente. No me puedo
contradecir si mi naturaleza más férrea es ser contradictorio; no conocerás a
nadie más coherente que yo, cuando me pregunto ¿qué demonios voy a tomar este
día? Siendo que toda la noche recé, para pedirle a Dios que me diera la fuerza
suficiente, para no regresar aquí ¡Diablos! No te rías, Torete. No te puedo
contar porque estoy llorando. No, no necesito ir al baño. No, tampoco. Aun si
salgo de aquí, ya te lo dije, a donde quiera que vaya, seguiré andando hasta
regresar. Solo me consuela entender lo que Charly quiso decir cuando dijo “La
entrada es gratis, la salida vemos”.
Yo tenía una
hermosa familia, nos reuníamos los domingos a compartir la mesa. No era
perfecta; pero sí era hermosa ¿sabes? Hoy, por ejemplo, el domingo –cada domingo
que pasa- es el peor día de mi vida; pero aquellos domingos… Topo cocinaba,
para todos. Había carne asada, que Topo nos decía era importada desde el Japón.
Además guacamole, salsas, verduras, agua fresca de sabores y podíamos comer
hasta tres veces. Después nos quedábamos sobre la mesa. Tina nos contaba de sus
viajes y su esposo Leo nos cantaba canciones con la guitarra de madera; nunca
lo escuché decir de alguna canción que no se la sabía. No nos vinculaba ningún lazo
sanguíneo; pero nuestras sensaciones, estando juntos, eran extraordinarias. Viendo
en sus caras, podías notar que no había esfuerzo. Algunas cosas bonitas son
verdaderas infamias; pero aquello era real. No es que prescindiéramos de los
esfuerzos que conlleva el día a día sino que lo encarábamos y había veces que
lo vencíamos. Entonces ¿por qué no sentirnos bien? ¿Sabes? Claro que sabes, tú sabes
cosas. Hasta sabes de Luciana, nunca antes te hablé de ella; pero sí que sabes
de Luciana. No, no. No me pidas un taxi. Claro que estoy borracho. Llevo
bebiendo más de tres días y aunque mi hígado esté hecho de una aleación de
cromo, cobalto y níquel, no significa que no me pueda emborrachar. Además no me
emborracha el alcohol, lo que realmente se me sube a la cabeza es la memoria.
Luciana me mató. Cada uno de mis encuentros con ella, me fueron sacando de
aquel grupo en el que había encontrado el lado más sencillo de la vida. Con esto
no quiera decir que fuera la intención de Luciana. Que yo perdiera referencia
de mi pertenencia, también, con la alegría y el color, no fue a cambio de nada.
Como muchas otras cosas de la pasión y los destinos, la esencia del fruto
terminó por rebelarse y era polvo.
Luciana estaba
tan triste. No sé cómo demonios pasó; pero una noche pude sentir en mi toda su
tristeza. Fue como abrir los ojos después de una pesadilla en la que te estás
quemando, dentro de un potrero, junto a siete caballos y darte cuenta de que te
estás quemando dentro de un potrero junto a siete caballos. Porque todos hemos
estado triste alguna vez y eso nos vuelve unos miserables entendidos de la
nada, diría yo. Vamos de un sitio a otro, presumiendo de ese conocimiento y a
cualquiera seriamos capaces de decirle que no es para tanto porque no es para
tanto si no somos nosotros los que estamos tristes. Vaya manga de hijos de puta
¡Claro que tú también, Torete! Pero no te ofendas por eso ni le des
importancia, porque no importa. Ni todas las tristezas del mundo, de todos los
tiempos, pasados, presentes y futuros, son suficientes, para que algún dios nos
escuche. Si estamos condenados no es por ellos, es por su ausencia. Y no es que
no existan, es que nunca han estado. Quizá alguien alguna vez los vio; pero
ellos –si nos vieron, no supieron distinguirnos entre su propio vacío de poder.
No digas eso, no estoy diciendo que mi destrucción sea culpa de Luciana. No se
debe ironizar con ciertas cosas. Ella es la vista que me devolvió el abismo; pero
tarde me di cuenta de que fue hacia adentro. No subí a la cima por amor sino
que baje a la sima, para ver.
Sí, Torete,
no te preocupes. Gracias por haber venido. Eres muy bueno conmigo, gracias por
saber que no quiero molestarte ni deprimirte. Quizá mañana si te tomes algo
conmigo. Sí, aquí voy a estar. A estas horas lo mejor es no moverme. He conseguido
ese momento ¿lo conoces? Es cuando el tiempo no se entera de que estamos aquí. Es
muy breve; pero casi lo tengo dominado. Si diera dos pasos a la derecha,
inmediatamente tendría mil años. Es lo que llevo dentro, Torete, mil años. Esa es
la edad exacta de los que fueron inocentes alguna vez y no lo son más. Se supone
que lo contrario de inocente sería culpable; pero no lo es. Lo contrario de
inocente, para mí, fueron todas las cosas lindas que alguna vez viví. Eran una sucesión
de vanidades, recompensas y estímulos, que una vez sin su protección no he
hecho más que verme convertirme en mi mismo. Eso fue lo que probé con Luciana. La
primera vez que nos acostamos desaparecieron los muebles y las paredes y
nuestros recuerdos respecto al mundo de las cosas. Nuestro sexo fue un sexo
entre dos montañas. Ella me escalaba a mí y yo la escalaba a ella. Nos volvíamos
cada vez más altos y más ríspidos. Haber caído de uno de nosotros dos hubiera
significado que en la caída todo nuestro ser se desvaneciera. Entonces seguimos
subiendo y seguimos subiendo porque seguimos haciéndonos gigantes. Llegamos a
un punto en el que el aire nos recordó la tierra y si yo acabé y ella no acabó
fue porque así lo quiso una nube que me metió sus intenciones de llover en
medio del culo.
Cuando era un
niño, mi padre solía hablarme antes de dormir. Me decía que un día regresaría y
me llevaría al rancho. A mí me encantaba la vida de los rancheros, entre
animales, en las hamacas, al lado del río, de frente al horizonte, hijos del
sol y de las estrellas, confidentes de los secretos de la luna. Era como si
todos fueran el nieto de alguien y guardaran en los bolsillos, de sus chaquetas
de mezclilla, un conocimiento gentil y compasivo y enamorado. Entonces, mi
padre, me decía que aquella vida sería mi regalo si era fuerte y no me dejaba
convencer por los malos pensamientos que yo tenía. Aquella alucinación, Torete,
no se parece en nada a las alucinaciones que tengo ahora, producto del maldito
vodka. Aun si mi padre nunca vino en realidad, él me llevo hasta las puertas
del orfanatorio y me encamino hacia el camino que llevaba al otro día, mi
primer día. Jamás he podido olvidar ese sentimiento. Y Luciana, lo que había clavado
como un cristal- en el centro de la mente de Luciana, lo hizo parecer mentira. Después
de mí, como después de una visita al oncólogo, Luciana fumó toda la tarde. Se quedó
desnuda, recargada en la pared y sin decir mucho. Nunca sabré si realmente me
preguntó su nombre; pero no volteó a verme, cuando le conté que mi madre nos
había abandonado, para unirse a un circo, a los pocos meses de haber nacido yo.
A ti no tengo que decirte que aprendí a contar la historia de mi niñez, como
quien cuenta una película que vio en el cine hace mucho tiempo. No me
vanaglorio si mi historia no consiguió hacerme sentir trágico sino ficticio,
orgulloso. Como si viniera de un sitio imposible de demostrar. “Mi momento de sufrir, mi duelo, no será por
eso” solía explicarle a quien me dejara contarle. Luciana en cambio, aunque
no me mandó callar ni cambió la conversación ni tuvo ningún gesto condescendiente,
no me escuchó. Después de un rato que pudieron ser horas, se levantó y fue a la
cocina. Cuando regresó trajo con ella dos tazas rellenas con lo que dijo que
era te. Me entregó una de las tazas, se sentó frente a mí y me dijo que como
ella no había terminado, para compensarla tenía que beber junto con ella de
aquel te. Por supuesto, si fuera una película que vi en el cine hace muchos
años; habría pensado que el tipo es un imbécil por beber aquello en condiciones
tan ¿solemnes? ¿Tú como lo dirías, Torete? ¿Siniestras? Sí, puede ser… en
condiciones tan siniestras. Sin embargo es muy vergonzoso, para algunos de
nosotros, no tanto no satisfacer a una mujer sino despertar la sensación de insatisfacción
en ella. Claro que yo quería satisfacerla, el orgasmo es cosa de cada uno, sí;
pero la satisfacción es un misterio y pende de un hilo al que prendemos fuego
al empezar. Bebí el té y ¡cabum! ¡cataplam! ¡pum! ¡pum! y ¡bang! ¡bang!
La tristeza
en el espíritu de Luciana no se podría calmar ni juntando el mar con el cielo,
para juntos convertirse en una ola de esperanza tan fuerte como los diamantes.
No. Su tristeza no tiene contraparte en ninguna de las vidas más felices jamás
vividas. Su tristeza es el infierno que devora los pueriles infiernos de Dante,
Torete. Y yo no debí verlo. Eso me gusta de ti, Torete. Jamás vas a pensar que
te estoy mintiendo. Nunca dirás que esta maldición no es otra cosa que un
delirio producido por la embriaguez.
Omar Alej.
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