Sonríe.
Nunca hubo ningún
almendro en flor en aquel solar inmundo, gruñó la monja con una mueca
persistente y resentida: nunca, que yo sepa. Le ocurría al celador, explicó,
algo así como si hubiese llovido mucho en su memoria y sufriera corrimientos de
tierra: este famoso almendro (…) tu memoria lo ha transplantado y lo mismo
haces con las personas y con todo lo que hicimos y hablamos.
Si te dicen que caí. Juan
Marsé.
¿La calle? Pues
eso, la calle… sí, la calle es la calle. Igual que la luna es la luna. Te lo explicaría;
pero es que no lo vas a entender. Eres tan ingenuo que me das ternura. A ti te
parece una obviedad; pero no lo entiendes. Te aseguro que no lo entiendes. Para
que te des una idea ni siquiera para mí está claro; pero sí lo entiendo. Quizá te
contaron que en la calle pasan cosas como en West Side Story; pero no es del
todo exacto. Más exacto sería decir que en West Side Story pasan algunas cosas
que han pasado en la calle ¿Quieres que te cuente la calle? ¿Y yo quien soy,
para contarte nada? No es como decirte que una esquina rota, frente a una
tienda polvorienta, esa es la calle. La calle, ma dear, eres tú, que perdiste
esos dos dientes a los catorce años y todavía no te han llevado al dentista. Porque
sea lo que sea, que la calle sea, no conoces a ningún dentista ni la dirección de
ningún consultorio. Sin embargo vienes de jugar a la pelota, mientras gritas tu
gol, en medio de dos piedras puestas en la calle, con el júbilo de los que creen
en Maradona en el azteca. Y ahí está la señora Concha, que abre la lavandería a
las nueve y la cierra a las siete. Que come ahí mismo en su escritorio, donde
hace las cuentas. Y cuando pasamos por afuera nos saluda y siempre siempre nos
recuerda que su padre vivió hasta los noventa años, porque aunque bebía mucho
siempre siempre iba bien comido. Creo que nos lo dice por El Loco que prefiere
gastarse el dinero, que le dan por hacer mandados, en el taller de pintura de
Kalí, en cerveza antes que en invitar a Priscila a cenar porque la teme tanto
como a él mismo. O tu tía Soledad que ha visto Texas y vivido en San Antonio y
toda la ropa que usa la trajo del gabacho. Hasta que los hijos de puta de la
migra la deportaron, porque salió por la noche a darse un gusto con un cabrón que
nunca llegó al restaurante. Si realmente lo quieres, si verdaderamente te
quitaras de la cabeza toda esa amplificación de la farsa, tú verías que incluso
el sol sale de la calle. Ahí tienes a Tito, que prefiere que lo llamen Batman. Es
el mejor restaurador de coches de sur a norte y del este al oeste, pregúntale. Una
vez vinieron a buscarlo, para hacerle un reportaje; pero justo ese día murió su
abuelito y su abuelito era lo único que él tenía. Además de una cirrosis que le
ha arrancado la vista e impedido trabajar. Los anuncios de las agencias de
viajes o de los puñeteros AirBnb no te ofertan viajes que van a las calles ni a
esta ni a ninguna otra. Porque la calle no es lo que la India repleta de
turistas sin más pretensión que mirarse el ombligo espiritual trascendental. Ni
tampoco es la Europa del cansino discurso patriotero, rancio y cursi. Ya sabes,
los jefes de la vialidad interrumpen el trayecto de la calle cuando la calle
está a punto de salir en los chingados selfies que la gente se hace en la torre
Eiffel, en La Sagrada Familia o el Taj Mahal. Porque la calle –ya que preguntas,
es esto, apenas una grieta de dos metros cuadrados con vistas a un balcón de
oscuridad; que además querrán robarte, para citar a Leonard Cohen en su foto en
Instagram. Y que no te confunda el resentimiento en mis palabras, es
absolutamente proporcional al amor que tenemos en la calle por Tagore, Juan
Marsé y Baudelaire. Porque si la calle algo contradice son las faltas de
consciencia (de clase) y realidad. Pregúntaselo a Sirenia que regala dos
sesiones al día, de dos horas cada una, a quien quiera aprender defensa
personal y enfermería. Chico Mario, por ejemplo, si le hace un día lindo él no
sale a trabajar y así lo sabe Alondra, su mujer, que si le sale un día bueno se
encabrona porque tiene que atender tan solo ella su negocio de taquitos al
vapor. Aquí no vas a ver extranjeros, con la cara boba y tocándose el culo
entre ellos, aspirando la cultura y llevando a sus adentros la brutal
arquitectura del lugar. Claro que si no te caíste de pequeño y no te faltó el oxígeno
al cerebro y creciste con el mínimo de informe de que todo es una verga, darás
cara a que Belen ahí sentadita en la banqueta, con la cabeza gacha, haciendo
pelear a dos hormigas rojas. Mientras espera que su mamá termine de atender a
su padrino. Y no decir nada a su papá de esas visitas porque puede que el
cabello no le crezca. No me digas que hago drama y que exagero, porque entonces
tendré que llevarte al hospital en el que está, sigue internado, El Niño Chilo
de Obregón. Claro que más allá de la calle hay gente buena, valiosa y generosa.
También los he visto y he comido en sus mesas y tomado sus vinos y escuchado
sus temas y encendido sus coches y paseado a sus perros y cuidado sus casas y
bailado sus bailes y reído sus chistes y sentido sus penas y apoyado sus causas
y leído sus libros y besado sus labios y he servido de algo… no son pocos que
con buenas intenciones, alguna vez, se pasan por la calle y con condescendencia
piensan que si lo intentáramos mejor nos iríamos de acá. Porque míranos,
tenemos gracia, ingenio y aunque nunca tuvimos nada, sabemos disfrutar de la
vida. Esos, y ellos lo saben, lo que sienten por adentro es el frío cemento de
los altos muros protectores de sus casas. Mientras que nosotros sentimos la
calle: A Myrna que se cruzó tres estados, con tres niños chicos, para escapar
del calor que se te prende a los huesos y te condena a la sed. A Febrero que
murió por dos tiros al pecho que un diablo celoso y drogado –en agosto, le
disparó y nos dejó en blanco y negro y drogada la lluvia. Y si no te gusta lo
que te cuento y no te gusta cómo te lo cuento, te lo dije, lo entiendo… todos de
algún modo lloramos; pero es que la calle todo el tiempo tiene que comerse los
mocos, mientras que otros hacen como que nos dan ¿Qué mal me podría hacer ya
que me hagan mal? Mira a Colega, así le dicen, porque viene desde niño diciendo
que es poeta y que Rafael Alberti y Borges y Pessoa y Bob Dylan y Garcia son
sus colegas y le llaman cada año nuevo, para premonizarle palabras y ritmos de
lenguas que cuando él muera lo volverán inmortal. Por supuesto que no es verdad
y por supuesto que esas fantasías son de absoluta tristeza. Escribe -y lo
puedes ver en lo que escribe, con los
talones, codos, omoplatos, escapulas y muelas dislocados. Entonces si escuchas
a alguien alguna vez hablar de la calle, de los peligros de la calle, de los
urgente que es sacar a toda esa gente de su condición de calle o cualquiera de
esa infinitas suposiciones que se suelen decir sobre la calle. Por favor recuérdate,
hoy, más temprano que nadie, te despertaste con un hueco en la barriga, con tu
madre y tus dos hermanas lejos, y te quedaste diez minutos mirándote las manos…
no sabías qué dolor era el dolor que sentías, y dile que se calle. Sonríe. Porque te has levantado y
has salido a la calle.
Omar Alej.
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