La sed.
Temblaba con
todo su cuerpo, suavemente, sin apenas darse cuenta. No había perdido la
conciencia, pero los pensamientos no acertaban ya a circular por los circuitos
de su cerebro, invadidos por el hielo.
Una semana en la nieve. Emmanuel Carrere.
Ha llovido
toda la noche. Lo sé porque mi primer pensamiento ha sido que tengo sed. Me incorporo
de la cama y al bajar mis pies, el suelo está mojado. Tengo sed. No importa, saldré
de la habitación y bajando las escaleras encontraré la estantería en la que
descansa la jarra con agua. Estoy totalmente desnudo. No es usual. Suelo dormir
con calzoncillos y una camiseta vieja del Real Sporting de Gijón. Recuerdo eso;
pero no recuerdo de dónde ha salido. Siento que mi cuerpo ha sido tocado
durante la noche; pero igual que con la camiseta no recuerdo más. Tengo sed. Todavía
es de noche. De hecho es muy de madrugada. Mi teléfono móvil no está. Debí dejarlo
dentro de la chaqueta que colgué del perchero en la sala. Si es que eso realmente pasó. Ya debería de haber
encendido la luz. El sentido del tiempo en nada es parecido al sentido del
tiempo que recuerdo, que creo recordar. No. En la pared no hay ningún interruptor.
En ninguno de los muros hay una puerta. He abierto la cortina y –pensándolo bien,
lo que he visto no es la noche. Lo que he visto es oscuro; oscuridad en la que
no se deja ver nada más que la negra sombra de la nada. No sé si estoy
nervioso. Si esto que siento es angustia, no me parece muy grave. Casi estoy
aliviado. Lo que sé que yo sé sobre la angustia es que es un estado de ánimo en
el que te desprendes del presente, para sumergirte en una sopa densa y helada
mezcla de pasado y futuro sin piernas ni brazos, para intentar salir. Si es
cierto que eso es lo que sé no lo sé en realidad; pero recuerdo que tengo sed. Ahora
no es mucha. Es casi el primer punto de la sed. En algún momento será más. Entonces
no será tan fácil no saber cómo salir. Intuyo que esta es mi habitación. Mi predilección
por las sabanas, cortinas y cobijas negras, me dice que esta es mi habitación;
pero no sé si mi predilección es mi predilección o es la predilección que querría
tener antes que la predilección por las sabanas y cortinas y cobijas sucias. Y no
estoy confundido, es que estoy consciente de que no estoy muy seguro de las
cosas que pienso. Mucho menos por qué las pienso. Es más parecido a pensar en
lo que estaba pensando ¿y si no estaba pensando en eso? Muchas veces he dicho
que estaba pensando en algo en lo que jamás he pensado, para no ser descubierto
en lo que estaba pensando. Si crees que estoy hablando de mí, estoy hablando de
otra cosa, y si crees que estoy hablando de otra cosa, estoy hablando de mí. Ahora
estoy pasando al otro tipo de sed. El tipo de sed que advierte sobre lo que
significa la esperanza de vida a cincuenta y tres grados de temperatura. No creo
haber dicho una sola palabra. Ni en susurros ni en quejidos ni en crujidos de
los huesos. Solamente respiración. Aunque mi cuerpo siente la presencia de
alguien que aquí no está. La sed se parece a la sed que se aparece después de
haber hablado mucho. Grito, es decir levanto la voz, esperando que alguien me
escuché y por fin me escucho. Mi voz no es como la voz que solía pensar que era
mi voz. Y no me gusta gritar; pero no sé si no me gusta gritar. No es que solo
sepa que no sé nada es que no sé lo que sé ¿Tengo sed? Quizá estaba conmigo Beyonce
o Halle Berry o Marissa Tomei y hablábamos de Tom Ford o Luca Prodan o lo vulgar
que nos parecen las personas que se recrean contando sus sueños. También es
vulgar todo acontecimiento. Hasta que se compruebe que todo aquel evento que
alguien considera extraordinario no es más que su falta de recursos: cuando sea
gran cosa lo mejor de lo mejor en cuanto a lo mejor se refieres, se habrán
deshilado las estrellas y será visible la velocidad del rayo. Si ese fuera el
caso y se aburrió conmigo, cualquiera que haya sido la que estaba aquí, no
solamente se fue porque al contarle que tenía
sed entendió otra cosa. Sumo a eso mi perfume de un perfume de alguien más. Porque
-igual que el potencial de hidrogeno, las características de la sed varían en
cada uno de nosotros. Quizá ya lo había pensado; pero no recuerdo haberlo
pensando antes. Este es un cuarto muy pequeño. Los cuartos que recuerdo que
recuerdo tienen armarios. De pronto ya no estoy desnudo. No hay más explicación.
Tuve que haberme vestido. Aunque lo que llevo puesto no lo llevo puesto, pues aquí
no hay nadie y no veo. Estoy a oscuras. Casi siempre duermo con la misma vestiduras, con un
pijama amarillo a cuadros. Y debería de estar dormido cuando duermo. Si estoy
despierto porque ya no estoy dormido y la sed es un estado entre ambas cosas…querría
pedir auxilio; pero no estoy en peligro. Uno no pide auxilio sino está en
peligro, me digo. Muchas otras personas, realmente necesitan auxilio. Yo no. Yo
solamente estoy ausente y si las prueba fueran pruebas, tendría pruebas de que la
vida no me necesita; pero la única sustancia en la que valen las pruebas es en
la vida. Yo necesito agua. Beberé el agua del piso que ya no está. Esa es otra posibilidad,
sequé el agua del piso porque pensé que ya estaba camino al pasillo que conduce
al patio en el que está la pileta con el agua de la lluvia. Porque aunque hace
más de un mes que no llueve ha llovido toda la noche. Mi primer pensamiento ha
sido ese. Ha tenido que llover toda la noche; eso explica mi dolor en la
espalda. Me atropellaron una noche en la que llovía y el coche derrapó en un
charco al que querer frenar. Mi cuerpo se convierte en el cuerpo de alguien
más; pero es el mismo cuerpo que tengo ahora. Saldré y encontraré en la calle, apenas
pise la banqueta, que el cielo está gris y las calles encharcadas. Millones de
atropellados gritaran mi nombre y sus voces mojaran mi rostro como gotas de
lluvia que se perderán… y si no vivo en la ciudad y si vivo en la copa de un árbol,
saldré y caeré al borde un barranco con una caída de profundidad incalculable. No
sabía que la sed pudiera producir delirios. Ya había visto que la sed, en el desierto,
hace a las personas delirar. Debería tomar notas. No es común que tenga tiempo,
para poner en cuestionamiento todas las cosas que sé; pero no recuerdo como. Voy
a golpear las paredes, de algún modo debo impedir mi soledad. No importa si
todo se viene abajo. De algún modo debo impedir mi soledad. Si creo que tengo
la fuerza suficiente es como si creo que la forma en la que recuerdo el mar es
suficiente, para que sea verdad. La sed no engaña. Engañó a aquella que estuvo aquí
–o Silvina Ocampo o Silvia Plath o Elena Garro; pero nunca desconfié de que la
sed era lo más parecido a beber un vaso de fuego cuando tienes sed. Quien estuvo
aquí no está de acuerdo y encontró la salida. Si la única forma de salir son
las convenciones, no saldré. Es como si en mi nada dejara marca. Es como si en
el momento en el que algo cambia ya soy otro. Estando adentro soy el que está
afuera y estando afuera soy el que está adentro. Creo que esto es de lo que
trata lo que escribo; pero no creo que yo escriba. Recuerdo que sí; pero lo
dudo. No seré yo el que diga la verdad; pero yo soy un mentiroso. Eso lo
entiendo, quiere decir que sí cuando no. El agua ya no está. Es lo que me quería
decir Getrude Stein o Cristina Kichner o La Reina Isabel II. Pero es igual tanto
si el agua no se ha ido, como si el agua no estaba. La sed me ha convertido en
lo mismo que ya era; pero como nunca supe dónde estaba no era yo. Convertido en
este que probablemente sea el mismo que fui, del que no recuerdo nada, admitiré
que (si fui) solo era mí sed. Será vana la lógica y como ya se hizo la noche y
como ya no es tan solo oscuridad; me encuentro con el interruptor y al encender
la luz, la puerta ya está aquí. Todas las cosas que hacen de esta habitación
una habitación están y siempre estuvieron aquí. Como no quiero llevar al
fatalismo mis dudas. Sencillamente asumiré que yo no estaba adentro de la habitación
sino tomando agua, en el
sombrero del comedor de Ella o Ella o Ella.
Omar Alej.
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