[…] he was too pure for this world.”
“aquí yace
Bob Dylan, asesinado por la espalda por carne temblorosa que, después de ser
rechazada por Lázaro, saltó encima de él por soledad, pero quedó maravillada al
descubrir que él era ya un tranvía &
ése fue exactamente el fin de Bob Dylan ahora yace en el salón de belleza de la
Srta. Realmente que descanse en paz su alma & su grosería dos hermanos &
el chico de una tía desnuda que se parece a Jesucristo pueden compartir ahora
los restos de su enfermedad & sus números de teléfono no hay fuerza para
dar – ahora todo el mundo puede recuperarla”
Tarántula. Bob Dylan.
Avanza la
mañana. En pleno febrero se acalora y aunque soy capaz de perder una hora viendo
cómo cambian los números en el marcador de la pantalla… no soy capaz de insertarme
en el día. Esta madrugada, apenas he cerrado los ojos, ya he presentido la ambivalencia
de toda compañía. Me he viciado de
pesadillas sin haber podido dormir. Hice del techo un fondo de pantalla oscuro
en el que ahora se afianza otra cosa, algo incoherente a la disculpa por olvido.
Mi coraje ascendía desde las entrañas del silencio en el mugido de las reses;
pero esas entrañas ya son del tiempo que no cupo en nuestras contemplaciones. Podría
asegurarte que el odio nunca antes amarró conmigo y que odio estar odiando; pero
-precisamente por justificado, sigue siendo terrible el saqueo a una simple,
pequeña y blanca casa en la que se creía que se podría sembrar y cosechar, para
todos.
Primero vinieron
los que no vinieron más y me advirtieron de esto y los ahuyenté con canciones
en las que los trenes llevan cargas livianas. Porque van de regreso. Qué lejos
debo de haberme ido, porque al tocar la madera de los muebles esta no sigue viva.
Igual. La madera muerta no detiene a los bancos, los caseros, las facturas de
los hospitales, de las farmacias… lo último que pudimos gastar en el avistamiento
de unos patos volando en V es lo que ya empezó a generar intereses por pagos
vencidos de Netflix, Amazon, Disney, Max, Spotify e Internet. Y me parece muy
pobre la autoestima objetiva. Toda esa perorata que insiste en qué
maravillosamente grande es que nadie necesite a nadie, como única medida de la
responsabilidad. Realmente creo en no ser igual a un miserable capaz de hablar
de “cuentas claras”. Sin embargo es verdad, o soy amigo o no lo soy; pero no me
habría dado por aludido si tan solo a cambio de llevarme a perder no me
hubieran extendido la mano despreciando mi frio. No el frio, mi frio.
Año con año, desde hace dos mil veinticinco años, he defendido la idea de que todo es una maldita
farsa y yo era el primero. Lo hice porque de otra manera no podría estar
escribiendo esta carta que está escrita a absolutamente nadie. Desde la cual
intento desencriptar mi dialogo con los cuatro elementos y nada más. Si se la
enviara a un amigo, a mi madre, a mi padre, a mis hermanas, alguna amante del
pasado, o algún dios o algún cualquiera en el mundo mindundi se iban a pensar
que al final les mostraba mi rostro y mi rostro es imposible. Podrían tener el número
exacto del total de los presentimientos; pero no significan nada en contra de
la esperanza. Y yo seguiré esperando a pasar esta amargura en compañía de algún
otro extraño que no se esté ahorrando el trabajo en la alegría y la gratitud y
la generosidad.
Lo que la
mente me recuerda y me inventa, se confunde ahí y revela la profundidad de la
herida. No dejara de pasar que se seque mi fuente y mis hojas caigan porque mis
ramas se arranquen. No podré impedir que en mi sangre florezca el agobio y la
prisa por la recompensa. Incluso hoy, entendiendo que si me di fue para poder
irme, tengo la quijada a punto de descolgarse de mi cara. Hoy es muy clara la
estafa de levantarme de la tierra y reclamarle mi mirada al horizonte dentro de este espejismo. Porque detesto
las conversaciones con esta insufrible y tarada modalidad épica. Simplemente no
me puedo dar el lujo. No tengo más que esta vida y atiendo sus vacilaciones,
sus reservas y exigencia por dejarme amar por mí.
Porque me siento
vencido, porque conocerme no ha sido suficiente para dejar de ser yo. Porque por
más que trazo el camino en el que mi instinto me dice encontraré la libertad,
los peajes se multiplican hasta que es imposible ignorar el final, mi final. Y será
esto, un pequeñísimo hombre que ignoraba que el cielo ya es propiedad de un
diablillo usurero. Y no es que lo hiciera por nadie. Sé que lo hice por mí. Por
mi creí que no era necesario recibir nada a cambio, realmente quería que eso
fuera posible. No soy tan grande aun, quiero decir que sí que soy viejo, ya;
pero todavía estoy expuesto e intimidado.
Creo que
todos alguna vez…ya fuimos
demasiado puros, para este mundo. Claro que no soy como Kurt. Para mi es tarde,
para creer en la muerte. Tampoco quiero que nadie lloré por mí, como lo hizo
Nate en Six Feet Under. Lo que sí me gustaría poder hacer es no esperar nada
de nadie. Porque en el intercambio no cuento lo que pierdo sino las marcas que
eso deja. Es la facilidad con la que te lo llevas -porque no respetas la vida
puesta en ello, lo que me hace surgir de la tierra en un sitio tan lejos de acá.
Omar Alej.
Comentarios