Manual de Resurrección para Vagabundos y Profetas.
Hay que hacer poderosas las palabras humildes e interesante a la gente
vulgar.
Anton Chejov.
Y bueno, yo llevo
mucho tiempo queriendo encontrar los argumentos, para atentar contra el gremio
artístico. Los Vargas Llosa, con su rancia Elite cultural y paternalismo
incluido en su condescendencia. Los Jodorowsky´s y Dali´s que hace décadas nos
echaron encima al grueso de sus apóstoles, para castigo de nuestras
impopularidades y espacios personales. Y tantos otros que nos suponen
ciudadanos de segunda categoría con pendientes de inmolación.
O quizá es
que me tomo como algo personal esas bajas pasiones de algunas oscuras parodias
artísticas, a las que hemos decepcionado las simples gentes. Los que hemos
aceptado con resignación y sin espíritu de protesta el devenir de los hechos. Y
que por una extraña –y ya asumida conveniencia, estamos detrás de ese hueso que
nos permite llevar a nuestras novias al cine (sí, a ver películas de
superhéroes). Servidumbre que nos pone un lugar en la mesa, para llevar a comer
a nuestras madres los domingos (sí, una comida pagada a seis meses).
Humillaciones que nos vuelven temerosos, con la paranoia por cara, de la que
podría ser la última cerveza con los amigos (sí, amigos que también quisieran
unos amigos mejores). Esos, para algunos respetables señores de la cultura,
somos el problema antes que el problema.
Y claro que
uno se siente interpelado por el agujero negro que ya fueron estos tiempos. Y
digo fueron, porque vienen siendo y lo son y lo serán, esos tiempos que pudimos
disfrutar más -digan lo que digan los Guevaras de postín. Porque ¿Cuantos de
nosotros iremos del humo a la rebelión, como hace Anita contra el abuso
sistemático a estas niñas ninfas? Con las que Daniel nos confronta, solamente a
algunas de las que cosas que hemos visto y seguimos prefiriendo pensar que a
veces imaginamos cosas terribles. Y es que si bien hay muertos a los que les
gustaría ser liberados y hay otros a los que les gustaría volver por cinco
minutos más. Los más que hay son los muertos que ya están muertos, bien muertos.
Para todos.
A veces
pareciera que en estos oscuros ministerios de la alta cultura se otorgan entre
ellos la otra cara de la moneda que es la misma moneda que se otorgan los más
fieros conservadores. Y toda esa teoría no es más que la plegaria angustiosa de
un niño cagado de miedo, aunque crean que nadie lo nota. Por mi parte me
adscribo en El destino del Canto, donde Atahualpa Yupanqui opone que […] no es sólo tuya. Es de la tierra, que te ha
señalado. Y te ha señalado para tu sacrificio, no para tu vanidad.
Entonces. Sí,
Daniel, mil veces sí… I'm your ch-ch-ch-cherry bomb!
Y Cherrie Currie
nació un año antes del 60. Vaya tela, Daniel... de ahora en más usaré tu novela
como arma justiciera contra todo aquel que se pretenda alguien mejor que yo. Por
mis excesos paga Urquiza y mi alienación -te diría ¡qué ilusión! Se congratula
con Maria Angelica Escobar Rocha cantando I'm your ch-ch-ch-cherry bomb! En una
veterinaria! En un pueblo mágico llamado San Dionisio Xipetotec, donde estuvo
fulanito y se codeó con la pobreza, (Esto lo pueden verificar ustedes en sus
propias redes sociales).
Y Todavía hay
más, la novela se dejó leer por las mañanas y por las tardes, después de mi
jornada laboral. Las palabras se acomodaban al compás de la música grabada en el
Decoy de Miles Davies. Justamente donde Miles aparece en la portada con un
atuendo de investigador privado en los años 60s allá en Nueva York. Y también
hay algo en esa trompeta que suena como la algarabía de los animales que al
escuchar a Angie se movilizaban para sonar como la trompeta de Miles Davies.
Es así como
todo el trabajo en solitario de un escritor se convierte en una pequeña
victoria, para un hombrecito –como yo, que arrastra una malograda personalidad.
Además de que Hoy ya no hay vida
colectiva Eso es lo que dice Daniel que dijo Simone Weil. Y aunque ella
murió demasiado joven, para llegar a conseguir que su experiencia fuera
combustible con su pensamiento. Daniel sí –al menos en el relato, consigue que
los personajes de Manual de Resurrección para Vagabundos y Profetas no se
abonen a la historia en detrimento de ellos mismos y viceversa. Sino que verbo
y trama se describen escritos como la cristalización de una explosión.
Dicha labor
–y conseguirla, es mucho más que oficio. Es entusiasmo reposado. No el de las
disidencias, sí el de quien escribe como quien ha vivido; pero que lo hace por
los que han sobrevivido, la coalición contra la Matrix. Leer a Cervantes, ver
el cine Hitchcock e imaginarnos la imagen de Goethe gritando: ¡cómo es posible que entre los arquitectos,
los decoradores, los tapiceros de Francia, no haya ni uno que entienda que las
imágenes actúan sobre los sentidos y la mente, que dejan impresiones, que
evocan presagios!
Sí, Daniel
¿cómo decir que no? Las imágenes son un oráculo que aúlla toda la noche con
colores, formas e historias. Ernst Gombrich, en La historia del arte, lo
ratifica “La pintura puede ser para los iletrados lo mismo que la escritura
para los que saben leer”
Perdona
Daniel, por esta licencia; pero es que también me sabe cómo esas viñetas de
Martin Caparros reduciendo a simples burócratas a los peores dictadores de la
historia actual. Qué valiente es la valentía cuando es silente y se consuma en
un libro que podemos leer o no. Porque al final, todo eso habrá ocurrido antes y
no dejara de ocurrir después.
Dicha labor –
y no evadirla… uno no es consciente sino es testigo de cómo ayudar a un hombre,
cargándolo por las axilas, y otro hombre asesinado que resbala en el lodo
cayendo sobre un garfio en el que se cuelgan las reses, se convierte por
oposición en la secuencia integra –es decir sin corromper, de la misma escena.
Y es que en
esta novela, los personajes saben cosas que los otros personajes desconocen de
sí mismos. Uno pensaría que si regreso, después de ir a cagar, es porque ya he
terminado; pero alguien podría saber que en realidad aún no he terminado. A algunos
podrá parecernos que sí y a otros podrá parecernos que no; pero es casi como si
Simone Weil se valiera de lo que ha tenido que vivir el otro, para
impresionarse de que ya no hay vida colectiva.
Algo, mucho,
está pendiente de nosotros hasta que llegamos a los otros. Y qué vaga idea
tenemos de lo que es ser un vago y que poco adivinamos, cuando pudimos, la
inclemente propagación de los profetas.
Desconozco si
a Daniel o a mi o a ambos nos gusta la literatura de Julio Cortázar, y no me
atrevo a asegurar si Vagabundos y Profetas es un acercamiento a la polarización
entre Famas y Cronopios o por el contrario es una huida hacia adelante... Como
Anita, y como cualquiera, uno es llamado por su propio Aleph, lo sepamos o
no.
Pero si el
testigo de Proust, en la memoria de Guillermo El Gordo Mayo, es una encarnación
con la fiable voluntad de que recordemos que recordar es acaso una invención -a
medio paso entre la inmovilidad y la acción. Entonces es verdad que aunque es
mentira todo, mientras estamos aquí, porque sí, sentimos un dolor mucho más
profundo que el de las heridas que nos están infligiendo.
Yo que todo
quiero empatar con Charly, con el ciudadano García, suscribo la voz en mi
cabeza que me dice que cuando esta novela arranca (porque arranca y no
comienza) es la cima de
una sima de Charly García… nos siguen
pegando abajo.
Si alguno de
ustedes, alguna vez, ha tomado alguna clase con el maestro Ricardo Lynch, ya lo
ha escuchado decir: cada alma se
convierte en lo que contempla. Que es una hermosa frase y que ya no importa
si es de Plotino. Porque ha querido continuar siendo nuestra. Aun si llegamos a
ser algo peor, algo ruin, algo sucio: un adulto.
El planeta va
a seguir girando. Soy de los que piensan que seguirá sin nosotros, ya aliviado;
pero el mundo es otra cosa. En el mundo puedes llegar a ser lo que sea que te
haga sentir extraordinario, puedes llenarte el cuerpo de tatuajes, puedes
escribir poesías, pintar cuadros alegóricos al adoctrinamiento que hace
referencia a la entropía. El punto es que se dice que en el mundo puedes llegar
a convertirte en ti mismo, sea lo que sea que eso signifique; pero si haces
falta o no, eso sí está muy claro. Falta sí que nos hacen los monstruos que nos
corrigen y cuando vamos a decir que algo es humano, eso no quiere decir que es
apropiado al código civil sino que es salvaje y primitivo. O quizá es lo que me
digo, para no apurarme. Porque atravieso esos días de tomar tequila y mirar el
futbol en televisión, preferiblemente a solas.
Temo que me estoy extendiendo y que no consigo aclarar qué carajos les quiero decir sobre Manual de Resurrección para Vagabundos y Profetas; pero temo de mi incapacidad, para explicarme y no temo de su comprensión lectora una vez que la lean. No será difícil, para ninguno de ustedes, cohabitar en esta digna y cuasi altiva representación de los que ya nos estamos volviendo viejos. Y tenemos la impresión de que los demás, a costa de ellos mismos, nos anuncian que el porvenir ya viene. Ah, por si acaso, de Urquiza tengo que decir que aprendí que describirnos no es tanto como saber cómo nos percibimos nosotros mismos.
Y que tal vez
hemos esperado toda la vida, para contarlo. Porque ¿y si el único propósito de
la especie humana no fuera otro que contar una historia? Parece poco, lo sé;
pero la tomo. Me echaré al piso y fumaré lento, deliciosamente mientras
desmenuzo la historia de esta novela que ya es para mí contra el mundo de hoy;
pero un parabién, para el mundo moderno…
Y eso que tan
solo les he reseñado lo que me hizo sentir y pensar la primera mitad. De nada.
Omar Alej.
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