La soledad del desempleo.
Somos unos recién
llegados
a estos pequeños placeres.
Perdonadme (le ruego al gobierno)
que no hayamos sido previsores.
Hoy mi corazón, como la puerta delantera,
está abierto por primera vez desde hace meses.
Bancarrota. Raymond Carver.
Querida, Katia.
Te sorprenderá
que te escriba. O no. Desde el primer día me contaste que es común en los
hombres de genio ser contradictorios, y que aunque yo no era un hombre de genio
sí que era capaz de acciones vulgares y sin sentido aparente. Además me
mostraste que justificarnos era el camino más largo hacia lo que al final iba a
pasar tarde o temprano. Entonces esta justificación no la voy a desaprovechar,
la soledad del desempleo es terrible. Sé que tú te lo podrías imaginar. No te
va a gustar que te describa como a una persona que no ha tenido las mismas
dificultades que yo, sé que uno no puede experimentar en cabeza ajena. Sin embargo,
por lo mismo que hemos platicado alguna vez de las justificaciones, no te
defiendas ¿vale? No vivo en una burbuja, y nunca pude dejar atrás el
sentimiento de que de un momento a otro alguien vendría a quitarme mi trozo de pan. Con
esto no quiero expropiar Luces de Ciudad, no sería yo el ejemplo de desgracia económica,
aunque tampoco seré el más rico del cementerio. Y por si no fuera poco, sé que cada
día en la prensa se escribe sobre los miles de trabajos que se pierden cada día en casi todos los países (menos Haití donde la idea del trabajo remunerado ya
no existe o en Gaza donde ya no queda en pie ninguna idea que no sea de
supervivencia). Y yo, quizá llevado por la angustia de no saber cómo aceptar
este destino, he estado valorando que esta situación es parecida a la situación
de la guerra. Por más que se escriba sobre ella, por más que se muestren y
documenten los horrores, si no es tu cuerpo y no son tus sentidos los que se
adormecen, previniendo su desprendimiento. Podríamos tener esas noticias; pero
no podemos tener esa sensación de abandono que me imagino (ojo a este verbo,
imaginar) sienten en algún punto los combatientes (que no son siempre soldados).
Y discúlpame,
no quiero decir que te conozco; pero te conozco y sé que al recibir está carta
esperabas un tema mejor. Al respecto diré que fuiste tú quien me dijo que –a veces,
en la vida hay que tomar las cosas como vienen. A mí me ha venido esta gratitud
que otros verían como reproche; pero es una gratitud en todo su valor. Yo estaba
descarnado por ti, no comprendía qué sentido tenía nada cuando nos separamos. Lo
mejor es un estado anti natura cuando lo peor que te ha pasado en la vida es lo
mejor, para los dos. Y seguí, sabes que exploté de formas en las cuales
regresar a lo que uno era se vuelve irrelevante, pues el mundo y la vida como
eran ya no están.
¿Recuerdas
que logré dejar de buscarte durante tres meses? Había pasado cada día como un adicto que cada
mañana se pregunta si ese es el día en el que volverá a vivir en el único sitio
que es suyo de la vida. Esa nada que por su propia naturaleza de nada se
avecina en el absurdo y se surfea a sí misma como a una ida y vuelta de olas de
cristales rotos. Lo que pasó después, cuando al fin el calendario marcó el 19
de noviembre del 2026, fue que me vi en el espejo y el rostro que me vi ese día
era el de un hombre que jamás había sido joven, un hombre que jamás había conocido
el amor, un hombre que en ninguna de sus forma había conocido un beso o un
hogar. Aquel era el rostro que un día termina por salir, porque es el rostro
que todos llevamos por dentro, pensé. Y no me atreví a no mostrarte la nueva causa
de mi orgullo. Y te busqué. Ahora creo más lo que ya creía antes, tú no eres
normal. Yo había ensayado con ese rostro puesto en mi cara, tanta maldad y
cinismos como me era posible. Y fue como si me dejaras hacerlo, y fue como si recibieras
toda aquella ira con pura verdad:
Es extraño, no me decepciona. Siempre he sabido que no te fue dado el
coraje, para ver más allá de tus narices. No eres ni siquiera egoísta, tan solo
un cobarde. Y aun así, me fiaba de tu mediocridad. Ya ni eso. Mírate, estás
hecho mierda y crees que es algo digno de restregarle al mundo, como si fueras
las ruinas de un ataque, o un pueblo abandonado, o una iglesia, o el cuarto de
los detergentes de un geriátrico.
La gente está asustada desde Pekín a Maracaibo. El grueso de la
población mundial ignora si podrá defender a los suyos más de cinco horas. Hay países
enteros a los que les falta el alimento más básico. Los medios de comunicación están
infiltrados por inteligencias artificiales al servicio de la barbaridad de las
fortunas de siempre. Y así podría seguir, mostrarte lo que pasa en Ucrania, en Sudáfrica,
en Sonora, en Florida, en Melilla, en Medio Oriente, en El salvador. Podría
hacer el intento de abrirte los ojos y veas lo que está pasando justo en este
momento alrededor nuestro. Y tú ¿qué harías? ¿Ponerte a maldecir por tu suerte
en el amor? Y estoy equivocada, no eres
un cobarde. Solo eres alguien que ya no podrá ser nada más que un deshabitado.
Si te parece
de mal gusto la precisión con la que recuerdo cada una de tus palabras, lo
entiendo. Aunque está grosería es necesaria, para agradecerte por ellas. No pasó
ese día ni al día siguiente ni después de un año; pero pasó. Empecé a sufrir
por algo más que yo mismo y eso fue una ilusión aún mejor que el amor que tú y
yo cruzamos. Y bien, casi siento que crucé una frontera y que me empieza a
habitar algo más que el sinsentido. Y es por eso que te escribo. No estás para
salvarme, no quiero ser salvado, quiero hacerlo por mí mismo. Y aunque no lo
sabía, lo único que siempre he querido para ti es que realices todo lo que
quieras y que todo lo que quieras sea todo lo que realices. Mi carta, por otro
lado, no es tan desinteresada como yo quiero ser.
Si pudieras,
por favor, responderme con palabras como aquellas:
Tu trabajo no era nada. El trabajo no dignifica y menos el que tú tenías.
Eres imbécil y por eso te sentías bien yendo a trabajar cada día y hacer lo
mismo, una y otra vez. Esos pequeños homenajes que te dabas, producto de tu raquítico
salario, no son más que una mentira. Eres uno más que va a la trituradora de
carne. La vida que realmente importa no se interesa por ti ni sabe que existes.
Pagar la renta, la farmacia, la comida, tus ropas, viajes, cumpleaños,
navidades, años nuevos, cervezas, y regalos y el veterinario y las propinas y
la gasolina y el postre e invitar a los amigos e ir al cine y a la playa y ese
libro de poesía y ese juego de béisbol y ese corte de cabello y el reloj, para
tu suegro, y el doctor, para tu madre, y el ceviche del domingo y el peluche,
para Toña, y el coctel, para tu foto de perfil… no necesitas nada eso. En el
mundo hay hombres y mujeres valientes que cambiaron su destino con la fuerza de
su voluntad y talento. Hombres y mujeres que hicieron su propio camino y se
atrevieron a soñar más allá de la mediocridad colectiva y no necesitan servir a
nadie porque son dueños de sí mismos y los líderes del mañana y el futuro del
mundo…esa gente brilla. Son lo que ellos quieren ser pues son libres. No son gente simple y te lo explicaría; pero no lo ibas a entender.
Sé que no me
expreso igual que tú, Katia; pero si me pudieras escribir algo así… creo que ya
no te volvería a molestar.
¡Vete a la
mierda, Katia!
Omar Alej.
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