Pisando el lodo que dejó la lluvia.

 

Dispara el cazador un tiro en el bosque, cae su presa y él corre a cobrarla. Su bota tropieza con un hormiguero de dos pies de altura, destruye la vivienda de las hormigas, las esparce a lo lejos, a éstas y a sus huevos...Ni siquiera las más filósofas de las hormigas llegarán nunca a comprender lo que fue aquel cuerpo negro, inmenso, terrible -la bota del cazador- que de repente invadió su habitáculo con rapidez increíble, precedido de un estruendo espantoso y acompañado de chispas de un fuego rojizo...Así son la muerte, la vida, la eternidad; cosas muy sencillas para quien tuviera órganos capaces de concebirlas...

Rojo y Negro. Stendhal


No debería escribir tanto. Me está entrando la vergüenza. Sé que si Yo leyera lo que Yo escribo pensaría que estoy desesperado y al final –como dice Pamela, me he convertido en lo que juré combatir: esos tipos que cada oración la inician diciendo “Yo”. A ver si al menos termino esta vez sin justificarme. Siempre me justifico. A veces también cuando termino me justifico “te juro que…” (Diría que ese fue un chiste; pero sería justificarme) Qué fastidio la gente que siempre se justifica. No quiero volver a escuchar ninguna justificación. Si alguien más me vuelve a decir “es que…” acompañado de un “tú…” voy a serrucharme las piernas y a pagar a un hombre blanco heterosexual y deconstruido, para que después me serruche los brazos (todo mientras me autoayuda). Así de convencido estoy de haber cerrado la puerta de las excusas. Vino sin avisar la tranquilidad de no tener nada más que decir. Ojala quedarme aquí, en este camino oscuro, bajo los árboles, ya solo podrían pasar por aquí algunos extraviados o animas de extraviados, pisando el lodo que dejó la lluvia. Son maravillosas las noches así, diría que tan solo pueden vivirse en el cine; pero esta en particular solo podría vivirse aquí, justo en este momento. Recién he visto a unos hombres desmontando una rueda de la fortuna a los pies de la iglesia que en Cholula está por encima de una pirámide prehispánica (a quien me escucha, me gusta contarle que antes los escritores solían cobrar por palabra –hace mucho tiempo de eso- entonces incrementaban sus textos con detalles más bien decorativos). Los hombres –quizá más por mí que por ellos, parecían exploradores adentrándose en la tundra del sur del continente. Contemplé la altura de su maniobra y me emocioné, realmente me emocioné ¿Cómo fue que han pasado tantas vidas tan rápido? ¿Es así? ¿No se pueden saborear o soy yo el que no puede? Y no llevo suéter, ayer también salí a la misma hora e hizo calor. Yo suelo tener calor. Porque cuando hace frío, cuando alguien más dice que hace frío, yo suelo estar a gusto y no quiero decir “pero”; pero desde muy pequeño ya pensaba que la gente que me hablaba del clima lo hacía para molestarme, porque me molesta hablar del clima. Hablar del clima es lo que más se parece a hablar de uno mismo y como yo no hago otra cosa que hablar de mi… se intuye ¿cierto? En cambio aquí no hay nadie, para hablar. No sé si regresar a casa. Este es uno de esos caminos ideales, para dejar todo atrás y no regresar. Ahora todos llevamos teléfonos móviles, bueno casi todos. Podría tirarlo y que quede –dramáticamente, medio hundido en el barro. Sería el último rastro. Después nada. Lo único que lo impide es que este momento sea tan autentico. Con tan solo avanzar unos pasos ya está el cemento de la calle. Con tan solo sentarme aquí una hora ya no quedaría indicio de esta luz negra. Es tal el cobijo de esta estepa existencial, para mis recuerdos, que lo mejor es saber que nunca nadie lo sabrá. Si yo no fuera tan sensible ¿Cómo sería entonces? No suelo sentir envidia, en eso no soy tan sensible ni observador. Y alguna vez ha pasado que me quedo mirando por la ventanilla del coche, profundamente conmovido por una ¿pinta en la pared? ¿Una farola rota? ¿Un coche abandonado? Y me pregunto si esto termina, si alguna vez no sentiré más esto que no sabría distinguir de la pena, la alegría, el amor, la tristeza, la dulzura, la rabia, el anhelo o la nostalgia… me pregunto si se podría medir y en qué porcentaje resulta más provechoso no ser yo. No para ser otro sino para no ser. Se me acusa, no sin razón, de mi falta de ambición. Se me dice, de muchas maneras y en repetidas ocasiones, lo mucho en lo que puedo mejorar. “No lo ames por lo que podría llegar a ser, amalo por lo que es o déjalo…” le dice Becca a Karen, refiriéndose a Hank. Y yo podría ser mejor hijo, podría ser mejor hermano, pude haber sido un mejor compañero, sin ninguna duda tendría que ser un mejor amigo. Me queda claro lo mucho que salgo a deber. En este momento, todo eso, de alguna forma se aclara. Sé lo que me dirás y sé lo que tengo, para decir. Y este lugar es tan callado, tan ausente y lejano de cualquier otro lugar. Creo que si apareciera una anciana, envuelta en una manta, llevando en la cabeza un peculiar sombrero que no me permite mirar sus ojos y me dijera que no hubo nada antes o después y que mi memoria ha sido construida con el sonido de los grillos nocturnos, sería así. No lo notaria extraño ni malicioso. En ese momento tendría sentido todo. No lo sabía hasta llegar a este ¿paramo? (no lo digo como justificación, estoy citando un hecho) He pasado mi vida –o algo parecido a eso- esperando cartas de amor y las cartas de amor tienen su parte envenenada, su principal característica es que están incompletas. Apenas recibes una y estas expectante por la siguiente, son esas noticias las que vuelan y se van ¿hay alguien que aceptaría eso como una forma de ambición? A veces lo que se rompe no es el corazón. En realidad el corazón ya tiene suficiente con latir y enviar la sangre a todo el cuerpo, como para encima endilgarle la fortuna romántica de las personas ¿Y si lo que se rompe es la idea del corazón? Parecido a cuando te falta el aire porque no puedes fingir más que no necesitas sentirte protegido. Que me sirva de lección, no debería de haber encontrado mi lugar ideal y si lo encontré, no debería de haber pasado tanto tiempo ahí. No hay justificación, le podría haber pasado a cualquiera. Las cosas que me ponen triste también se sienten tristes por mí ¡Qué idea brillante! Pagaré a Cronos, no usando nunca más alguna excusa, y volveré en el tiempo y preguntaré a los hombres que están desmontando la rueda de la fortuna si tienen trabajo para uno más.

 

Omar Alej. 



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