Ni olvido ni perdón.

 

son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin remedio,
mi querido
hermano y parigual en la desgracia.

Carta sin despedida. Ángel Gonzalez.


De ninguna equivocación se vuelve. Es en lo que coincido con mi estado de ánimo. De seguir insistiendo en mejorar perdería la sensibilidad en las pocas zonas erógenas que me sirven todavía. Pude haberlo hecho mejor en miles de ocasiones y no lo hice. Mucha gente a la que quise ¿Qué pensó de todo aquello que una vez les prometí y no cumplí? Tal vez estaba enojado, tal vez tuve miedo, soy un cobarde y tal vez no pude resistir un impulso. Tal vez me cegué por la lógica de algún slogan que escuché por la radio y después ratificaron en televisión “tú te lo mereces Lo mejor”. Simplemente no pensé que pensar exclusivamente en mí me impondría esta sensación de rabia y soledad; pero me sobrevivo, cada día me sobrevivo y no paso por alto que eso no es cualquier cosa. Me tiro las cartas que tengo, para jugar, y juego y apuesto –apenas, lo que me dejé después de dilapidar las confianzas que tuve y que alguien más me tuvo. Porque resolver que me atengo al delirio como consecuencia de los anhelos, es lo menos que puedo hacer. Me dijo mi abuela que su abuelo, jamás buscó responsables en otros que no fueran él. En noventa y dos años, el viejo, jamás se preguntó –en voz alta, por qué razón era justamente él quien había nacido en aquellas tierras desiertas, tan lejanas del agua, la fruta, el mar y los bosques. Así que no siempre me reprendo, casi nunca me reprendo; pero algunas mañanas con tan solo despertar ya me sé de vuelta en mi vida y me duele la cabeza. Lo normal es que pasemos por alto lo extraño que resulta ser nosotros, uno mismo. Leyendo La mujer justa de Sandor Marai, Judith (uno de los tres personajes) habla sobre la dignidad; contando que a su padre jamás nada pudo humillarlo. Era lo que se conoce como un hombre pobre y establecido en trabajos que nadie más quería hacer, al que le regalaban zapatos destruidos de segundo mano; pero a él aquello no le importaba ni menoscababa su espíritu. Las cosas de este mundo apenas le concernían y no eran lo suficiente, como para pensar en esas leyes tan reducidas. El dilema entre ser y no ser es sencillo después de todo, al poco que abres los ojos te das cuenta de que nunca sabrás lo que has sido. De qué humana manera, esos recuerdos, que a su vez son lo que queda de esfuerzos para entablar en mi memoria algo propio, atraviesan la ilusión de estar pensando bajo la luz de las calaveras. Y estar pensando en ti que me has dicho que me quieres y que no podrías distinguir el día primero de quererme del día ultimo de hacerlo. Y yo te creo, porque creo que eso es lo que crees y ya muy pocas supersticiones me podrían llevar las manos a la cabeza. El amor también se ajusta como un reloj y pone la marca en cero. También se viste y se arregla y en su nombre los amantes se olvidan de los harapos en los que se dejan cuando no van de fiesta (Sobre todo esto último, que no deja de ser lo primero). Que soltemos, nos dicen. Nos aconsejan fluir. La importancia de no tener anclajes es capital, ahora. Todo es una enseñanza y todos unos maestros… lo que sucede conviene, es también un estilo de conspiración; pero yo no lo he conseguido. Me abstengo de cualquier latido inmortal. No puedo volar, no puedo respirar bajo el agua y no puedo controlar mi cabeza y mi cabeza se pregunta ¿Por qué? Me tiraste por la borda, chica, y te fuiste con la misma tripulación que a mí me condenó a polizón de segunda categoría. Has estado orgullosa de mí por las cosas que alguna vez hice bien; pero reprobarías si hiciera lo que yo quiero hacer porque es el momento de no tener nada. Todo esto no es por decir algo en tu contra, te he quitado el poder de controlarme y lastimarme consciente e inconscientemente. Sé que ese fue un gesto compasivo; pero no sé si lo fue por ti o por mí. Tuve que hundirme mucho, tragar mucha tierra y acostumbrar a mis ojos a mirar el entorno usando mi respiración; pero conseguí que no me importe lo que traicionaste, cuando rajaste mi nombre en la misma oración en la que dijiste que yo estaba envuelto en nada. Para dejarme te agrandas y para estar te convences. Lo sé. Es un rasgo que tendremos en común… hasta que tú o hasta que yo, un día quizás nos olvidemos del todo. Tú estabas enojada, yo había preferido a otros antes que a ti y no mostré miedo a perderte. Supiste que todo lo que me dabas no era más que una excusa –de mi parte, para demorarme en el cuánto te perdías al poner en duda mi valor. La peor carta que leí tú la firmabas ¿Cuánto tiempo hace ya que has creído necesario protegerme con mentiras? Inmerso en una competencia, por ser competente en complacerte, yo que nunca gané en nada y todavía me abandero con banderas blancas. Te he chillado, realmente conmovido por sentirte en mis palabras. Yo quería ser culpable y arengué tus condiciones, me rendí en tus escaleras. Lo que hiciste en contra mía, fue lo justo y ahí se queda; pero ahora, ya no cuenta lo que cuento que pasó. Fue un mal sueño, un estadio azaroso de la noche por el cual no me veías y viviste ¿qué esperaba?  Tus acuses de recibo a mi pobreza era hacérmelo pagar en diferido y de mi bolsa. Y, pues, te recuerdo lindo. La sensación de ser proyectado y respirar un nuevo tipo de aire, más grueso y más sólido y más abrazador; pero pensar en continuar se ha convertido en mucho tiempo. No puedo más que imaginarte y te imagino aliviada igual. Una vez que el tiempo es notorio, cuando sabes que ya son las tres y que muy pronto serán las cinco. Ahí lo único aconsejable es devolver la idea de los minutos a su lugar, en algún sitio en el que no se espera nada más que salir pronto de la combustión.

 

Omar Alej. 



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Te a mo.

amour fou.

Ocho años después.