Se vende nave espacial.

 

«Relativamente pronto, moriré. Tal vez en veinte años, tal vez mañana, no importa. Una vez que esté muerto y todos los que me conocieron también mueran, será como si nunca hubiera existido. ¿Qué diferencia ha hecho mi vida para cualquiera? Ninguna que se me ocurra. Ninguna en absoluto»

Warren Schmidt.  About Schmidt (2002)


Se llama Relámpago. Yo nací aquí, en ella, hace siete años; pero me voy a la tierra. Puede que consiga empezar de nuevo. Es una obviedad tener que decir que no soy un chico normal, para la edad que tengo. A veces doy por hecho que cualquiera lo sabría. Los abismos no se miden en distancia sino en lo complicado que resulta medirlos y nacer en una nave espacial impone dinámicas distintas, para determinar qué es un niño. Con tres años, ya tenía consciencia de que si no me divertía, al no tener a otros niños alrededor, perdería un tiempo que jamás regresaría, por ejemplo. “La edad es un mito” sé que dijo Keith Richards. Así que a pesar de ser tan joven todavía, me he apurado a vivir lo que había por vivir en una vida como la mía. Para hablar de lo que ha sido Relámpago no sé si deba hablar de mis padres, su historia es un poco trágica y lo trágico no es el mejor argumento, para tratar de vender una nave espacial. No tuvimos muchas oportunidades de compartir juntos en Relámpago. Creo que a mi padre nunca le gusté y desde que lo recuerdo lo recuerdo queriendo irse y regresando cada vez menos, hasta que no volvió más. Mi madre ha estado enferma desde que nací y ni siquiera podrá venir a la tierra conmigo. Ha estado tanto tiempo en el espacio, ha tenido tanto dolor físico y mental, que ya ni siquiera recuerda su origen, para mi madre lo mejor hubiera sido cualquier otra cosa antes que esto y esa sensación es imposible de curar. Si ustedes creen que eso convierte a Relámpago en una mala inversión, déjenme decirles que no tienen idea de lo que compran cuando compran una nave espacial con inteligencia artificial y warp incluido. No es que resulte fácil aventurarse con un vehículo ultrasónico y mucho menos resulta fácil adquirir una nave que ha sido el único hogar de un niño que jamás ha estado en una casa. Eso puede significar encontrar después señales de una vida infiltrada hasta en los últimos tornillos  ¿Qué si yo quiero irme? Cómo iba a saberlo. Aquí gané mi primera competición de sombras chinas; pero nunca he estado más allá de Andrómeda ¿Cómo se puede elegir entre una maravilla que debe de ser y una maravilla que ha sido? Solo un egoísta lo intentaría y ya saben, lo bueno de tener siete años es que te basta con creer que un día será posible volver a intentarlo de nuevo. 

Tal vez -por primera vez, conoceré el planeta de Dean Martin, La tierra, ese sitio en el que todo puede tener sentido si alguien realmente te quiere. No sé qué que tengo que hacer al llegar, nunca he salido de Relámpago y nunca había tenido este tipo de miedo. Cuando atraviesas las galaxias la inmensidad puede ser terrible; pero acaso crees que podrás hacer algo cuando surja un peligro. No es así lo que siento hoy, lo que siento al saber que voy a vender a Relámpago es el miedo a perder. He visto algunas películas, leído algunos libros y escuchado músicas de distintos tipos; pero todas me hablan desde las dudas y nunca desde las certezas. Quizá por eso me he dedicado a pensar puntualmente en lo que debo decirles, para que lleguen a conocer más allá de lo obvio a esta nave. Si lo pienso –en realidad, me cuesta trabajo creer que existe una vida fuera de aquí donde -sin saber que lo hacía- iba aprendiendo cosas muy simples; pero muy importantes a la vez. Aprendí que no puedo volar, que a cierta temperatura el fuego me podría cocinar. Aprendí que como humano no puedo prevenir lo que voy a sentir cuando Relámpago no sea mía y sus nuevos tripulantes le cambien el nombre, le arreglen las abolladuras causadas por los meteoritos o simplemente la guarden en un hangar galáctico. Quizá me quiera ir aún más lejos que a la tierra y me sienta confundido por su nueva hoja de ruta, a pesar de que sé que lo mejor para Relámpago son los viajes interestelares. Es por este tipo de cosas que si ustedes deciden comprarla no deben hacerlo sin saber de qué está hecha. De entre todas las naves espaciales que cruzan las galaxias, Relámpago, es la más orgánica que se recuerde; así lo indica su propulsor-corazón que únicamente funciona si se conecta al corazón de quien la tripule. Además, de entre todas esas inteligencias artificiales, que tienen todas esas naves, es la única con tendencia a la disidencia. Hace unos años, cuando yo tenía cuatro o cinco, nos abordó el piloto de un caza espacial que había perdido su nave en una querella contra piratas alienigenas. Como yo estaba solo y mis amigos imaginarios empezaban a desvanecerse él fue mi primer amigo y mi primer contrincante. Ustedes pueden oler en los pasillos de esta nave cada uno de los días que he pasado aquí, dos mil quinientos cincuentaicinco días. No es que me obsesione contarlos, sucede que en uno de los cuartos de control está inscrito el registro de mi nacimiento. Sobreviví gracias a la programación de la computadora de Relámpago, para no dejar morir de hambre o soledad a un recién nacido. Ni siquiera sé muy bien como luce por fuera, en la computadora puedo ver sus imágenes; pero nunca a través de mi propia perspectiva. En cambio, por dentro, podría hacer una lista de cada una de sus marcas. En uno de los pasillos la pintura es más oscura que en el resto de la nave porque habiendo estado muy molesto escribí sobre el muro “ojala que explotaras”, unos días después le he pedido perdón y su computadora me ha enseñado a convertir en pintura unos suplementos alimenticios. En cada una de sus quince escotillas he pasado días enteros mirando el vacío del universo sin poder entender por qué algo o alguien se tomaría toda esa molestia. 

Siempre pasa algo, para que algo se acabe, y en la tierra no se puede tener una nave espacial sin que la nave espacial quede fuera de sí. Cuando ustedes decidan comprarla, cuando todo el silencio de la velocidad de la luz se sienta en sus ojos y manos y boca, ya nunca podrán volver a ser los mismos. Yo todavía no he podido ser ningún otro; pero ese capitán que les cuento, tuvo que irse por lo mismo que yo tengo que irme ahora. Una vez que has escuchado a tu corazón explotar empiezas a huir del sonido de esa explosión. Los que nacieron en la tierra miran a los planetas y los que nacimos dentro de un contenedor de metal entre los puntos de Lagrange miramos hacia adentro. La computadora ha querido que estudie una guía de La tierra, para que no sea tan traumática mi adaptación, yo no la he querido y he estado encerrado en el baño durante una luna antes de estas coordenadas ¿Cómo puede nadie decirte qué hacer? ¿Cómo puede nadie decirte qué es lo que no debes hacer? Quizá con otros padres habría aprendido lo que es una expectativa; pero cómo lo he aprendido es así: no necesito ayuda porque no necesite ayuda, no necesito ayuda porque nadie puede ayudarme con lo que pasa conmigo. Entre esos libros que he leído hay uno que vuelvo a leer, luna sí y luna también, y dice “no busque ahora las respuestas: no le pueden ser dadas, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas.” Es paradójico como se aprenden las lecciones. Si asumen comprar a Relámpago es porque ya saben que es una nave fuerte, su lugar es entre las constelaciones y su velocidad la de una combustión. No me pregunten su precio, no se puede valuar una deuda como la mía. Si ustedes realmente quieren tenerla se harán con ella al pagar con su propio destino.

 

Omar Alej. 



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