Notas a pie de infancia.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para
cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la
noche intemporal, el sabor del sueño?
El amenazado. Jorge Luis
Borges.
Insisto en la alegría porque en su lugar, como
la pieza de un rompecabezas, solo podría poner mi tiempo en la infancia. Es donde
se juega, se inventa, se llora, se teme, se pesadilla y se sueña. En la
infancia, en mi caso se escribe y escribir, para mí, es un acto de fe. Sé que heridos
e infantes –como esos locos bajitos de los que habla Serrat, herimos el paso
del tiempo llevando en lo breve a toda eternidad. Es una resistencia a la
inversa, no yendo sino para todos lados como una mancha de tinta. Como si ardiendo
en sus coordenadas pudiéramos más que el sentido y la razón. Más que el rumbo
de la distancia y más que los árboles en huesos aullando en la oscuridad.
La infancia que digo no es nuestra. No es tener
siete o diez años o dos o catorce. La infancia que siento posible es un estado al
que uno va o no va. Es cierto que de niños es de más fácil acceso; pero no es
verdad que al crecer la infancia termine. Sé que sigue ahí. Aun me pregunto de dónde
venimos realmente y como se hace, para llegar a bailar como Mick. Aun leo bajo
las sabanas, cuando la ciudad duerme, El amenazado de Borges porque nadie debe
saber que yo ya sé sobre ese temor.
No me permito más pena que la que es
estrictamente mía. Aunque pene por cualquier desdicha humana, como el más informal
de los sufridores. Si dijera que sufro por algo sabiendo no hacerlo no sería
distinto. A veces se me rompe el corazón porque soy la quinta o la sexta o la décima
persona en la que alguien más piensa. Qué perturbado y qué insatisfecho, cuando
las acciones de ellos no me consideran. Sin embargo, momentos después, puedo
estar disfrutando de las confidencias de otros y eso me eleva por encima de mi
humanidad. Esto quiero tenerlo siempre presente, NADIE ME DEBE NADA. No soy
infeliz por lo que alguien más hace o no hace. A veces simplemente la felicidad
no será lo que esté pasando y volverá a pasar…
Un día nomas entendemos que podemos encontrar
la libertad en el mismo sitio en el que nos sentimos cautivos. Ese momento en
el que escuchas un canto, algo te hace reír. Todo en ese momento está pasando. Tú
amor está lejos, ha cruzado la frontera; pero también está allá donde aún no te
conoce y aun no se ha ido. Ya está entrando a encontrarte y tú llevas mal abrochado
el suéter y no te fías de sentirte cómodo bajo tu sombrero. Todo en ese momento
está pasando. Te sientes triste y estás solo cuando también estás sobre su
cuerpo bendito y habiendo vencido el mundo de las probabilidades, para probar
una sola: la nada. Entonces olvidamos el reproche. Estaremos tristes de algún
modo; pero seremos felices de alguna otra manera. Es lo justo. Dejamos de
buscar en los otros, para MEJOR invitarlos a lo que hemos encontrado en
nosotros. La tristeza y el enojo nunca consiguieron nada.
Han sido los esfuerzos por las alegrías las que
han traído a la alegría.
La paz es como cantar, hasta que no lo pruebas
no tiene efecto… aguanta.
Si te dicen que no y lloras
entonces no te adentres en la tundra.
La infancia sigue siendo tan emocionante como
imaginarme también tripulante de uno de esos barcos que se adentran en el mar
como si el amor fuera una cosa de todos.
Aprender es una dinámica que anima mi corazón y
lo alienta. Sé que esta sed de haber tragado más sol del que la tierra puede
soportar sin quemarse será saciada cuando yo haya caído. Vengo sobre caminos que continúan
mucho más allá de mí.
Omar Alej.
Comentarios
Apenas ayer en Veracruz me vi entre barcos e infancia gracias