Meta-consciencia.
Se sentía tan ardiente y tan arrojado que, de hecho, no tenía sensación de peligro. Su visión del mundo exterior se limitaba a lo que podía ver por la estrecha rendija que separaba el borde de su casco del de la bufanda que le habían mandado de su casa, y que escondía su rostro desde el puente de la nariz hasta el cuello. Iba tan abrigado que incluso podía imaginar que estaba en su hogar, sano y salvo, superviviente de la guerra, contando a su hermana y a sus padres una verdadera historia de guerra. Pero la verdadera historia de la guerra estaba aún sin terminar.
Matadero Cinco. Kurt
Vonnegut
El
despertador programado, a las cinco cincuenta y cinco de la mañana, tenía
veinte minutos sonando. Lo sé porque al momento de darme cuenta ¿Qué de qué me
di cuenta? De que cualquiera sabe
distinguir su mano de otra mano. Identifiqué de inmediato que aquella era mi
conciencia, la misma conciencia que estaba segura de que entre ella y yo somos
Brenda. Apunto que decir “ella” refiriéndome a mi consciencia me convierte a mí
en una meta-consciencia… y como –en parte, yo soy Brenda también puedo asegurar
que Brenda es muy inteligente, al punto de ser brillante. Así lo confirman los
resultados académicos obtenidos y el orgullo que sienten sus padres porque
Brenda sea su hija. Aunque también sea yo. Ya sabemos que el orgullo de una
madre y un padre pasa por estaciones por las que nunca ha pasado un tren. Si lo
pienso un poco mejor es que odio la falsa modestia, eso es verdad; pero no es
por eso que cuento al respecto de mis aptitudes. A riesgo de parecer pedante,
es importante esclarecer que hay personas capaces de percibir de manera más
rápida, que el promedio, el contexto o sus contextos en particular. Cuando era
niña, con cuatro o cinco años, sin habérmelo preguntado y sin que nadie mediara
esa información, supe que si tuviera un hijo me saldría por la vagina. Así que
también de inmediato –cuando se dio el caso, supe que aquel no era mi cuerpo.
Ahora mismo no recuerdo alguna ficción que trate sobre el intercambio de cuerpo
o de cuerpos, sin parecer un acto de profanación. Supongo que yo misma, si
tuviera que elaborarla, propondría que es un evento perturbador o al menos
inquietante; pero no por eso canónico. Face/Off la película de John Woo en la
que Nicholas Cage cambia su cara con John Travolta es un ejemplo. Y no tiene
nada qué ver, además fue estrenada veinte años antes de que yo me descubriera –en
parte Brenda, protagonista de tan rocambolesca trama. Solo la menciono porque
me ha venido a la mente y uno no siempre es la persona correcta, para contar lo
que le pasa a uno. Como descubrirán por si solos, nadie suele presenciar una
crisis nerviosa sin sentir que debe protegerse de que sus nervios se contagien.
Estoy segura de que alguien habrá en algún lado que al ver la película pensó
que aquello era una gran oportunidad. Sin embargo al vivirlo no pasa de ser
algo inesperado. Fue como cambiar tu lado de la cama con alguien cuando duermen
juntos por primera vez, te importa; pero no es importante. En fracción de
segundos entendí que el cuerpo del que disponía era un cuerpo de hombre. Después
de un accidente los paramédicos suelen pedir a la persona accidentada que mueva
los dedos de manos y pies. Entonces eso hice. No lo he investigado; pero si
Hipócrates no consideró la mudanza de consciencias entre cuerpos como un
accidente, entonces no quiero saber nada más de la medicina occidental. Mi
punto es que tenía perfecto dominio sobre el cuerpo en el que –sin razón
aparente, había aterrizado Brenda meta-consciencia.
Ahora mismo estoy
pensando si en ese momento pensé qué estaría pasando con mi cuerpo y la verdad
es que no lo recuerdo, diré que no pasó así. Mi cuerpo debió seguir dormido. El
envase quedó vació hasta que volví a ser el total de Brenda unificada. Todavía
tengo la sensación de tener los ojos secos por todo el tiempo que pasaron sin
parpadear. Lo que pasó siguió pasando hasta que volví a dormir. Como cualquier
relato, sobre cualquier cosa, para conseguirlo es necesario hacer un ejercicio
de memoria exhaustivo a la par que imaginativo. Los hechos como sucedieron, los
hechos como se recuerdan, más olores, sabores, colores, morfologías y
escenarios, e incluso emociones; pero sobre todo omisiones, forman el tratado
final de algo tan subjetivo como la historia oficial. Así que es preciso decir
que había alguien ahí.
Brenda meta-consciencia
metida en el cuerpo de un hombre al que llamaremos Lebón. Que sea
sobresaliente, sí, que yo sea sobresaliente, no quiere decir que no tenga
pequeñas miserias y la verdad es que ya me empieza a gustar eso de sonar como
una relatora. Decir “un hombre al que llamaremos Lebón”, supongo que por esa
parte en mí que no es brillante sino pretenciosa, le da un retintín que
disfruto mientras lo cuento. El caso es que el hombre al que llamaremos Lebón,
ya poseído por Brenda meta-consciencia, se encontraba sentado en una banqueta y
tenía en la mano derecha un cigarro. No era una situación que no pudiera
manejar. De aquí a China hay banquetas también y muchas personas fuman. Lo
primero fue querer tirar el cigarro como quien ha saciado su necesidad de fumar
y eso iba a hacer cuando la voz de otro hombre habló.
-¿Qué haces?
No lo tires. Las colillas totalmente terminadas no son bonitas; pero tienen
mejor aspecto que las que están a medio terminar… oye, sé que hablar del clima
es una estupidez; pero qué pinche frío y mierda de transporte de mierda. Seguro
que el chofer viene a veinte kilómetros por hora porque no para de rascarse los
huevos. Otra vez vamos a llegar tarde y el perro del supervisor va a empezar a
putearnos a nosotros como si fuera nuestra culpa. Me hubiera quedado dormido,
he vuelto a soñar con la viejita esa que mató a sus nietos porque no quería
tener que ver más caricaturas.-
<< ¡Claro! eso era lo que sentía sobre la piel ¡es un overol de
trabajo! Por eso Lebón está despierto a esta hora. Lebón y el que sea que me
esté hablando trabajan juntos en una fábrica ¿textil? Sí, tiene que ser textil,
acá casi todas son fábricas textiles ¿Acá? ¿Cómo que acá? No tengo ni idea de
dónde estamos. >> En términos generales eso fue lo que
pensé en ese momento; pero no dije ni una sola palabra. Extendí la mano con el
cigarro, sin voltear a ver a quien me hablaba. Estaba convencida de que si me
cruzaba la mirada lo sabría, no solo que yo no era Lebón sino que lo sabría
todo sobre mi. Lo que era un riesgo interesante aunque muy pronto todavía.
-¿Qué haces?
¿Por qué me lo das a mí? es un vicio asqueroso; pero no lo tires. No está la
cosa como para tirar nada y menos las cosas que son una mierda que mata. Ahí
viene ya la mierda de transporte de mierda. Veinte putos kilómetros por hora,
para rascarse los huevos. De haber un sindicato de huevos no podría decirse que
–como huevos, tengan consciencia de clase.-
Todavía no
había visto su cara ni tenía idea de quien era aquel hombre; pero el tono de su
voz, como pasado por una caja de resonancia, me tenía totalmente cautivada.
Levanté la mirada y a unos doscientos metros de donde estábamos vi el camión en
el que tendríamos que subir. Era una imagen anacrónica y pensé que de haber
sido enteramente Brenda no habría podido resistirme a subir en ese camión
amarillo y viejo, de aspecto romo por donde se le mirara. La función de muchas
cosas del pasado es advertirnos del futuro. Por puro instinto había supuesto en
qué trabajaban; pero no estaba segura y fuera lo que fuera yo no tenía
conocimiento alguno de aquellas labores. Un intelecto sobresaliente se confirma
cuando conoce sus limitaciones y fingir ser alguien que no somos es una tarea
cotidiana, para la que todos tenemos más o menos talento, lo complicado es ser
alguien que ya es alguien que no es. La solución más práctica fue que Lebón ese
día no fuera a trabajar. Ganaría algo de tiempo y perspectiva. La información
es lo más importante ante un evento inesperado. Ya había decidido no pensar en
por qué estaba pasando todo aquello ni cuanto duraría. Al final no digo nada
nuevo cuando digo que aquella es la forma en la que lo hace la mayoría de gente
con sus vidas. En realidad, un plan no es más que un pretexto. No se sabe muy
bien para qué.
-Hoy no iré a
trabajar.- Dije y escuché por primera vez la voz de Lebón. Sentí el impulso de
no callarme nunca más. No es que fuera una voz extraordinaria, era una voz de
lo más común; pero escuchar mis palabras en otra voz me generó excitación.
-Y ahora me
lo dices… pasamos mucho tiempo esperando, no vendría mal que por una vez nos
esperen a nosotros. Son unos perros y somos nosotros quienes hacemos el trabajo
de esos perros ¿Eso en qué nos convierte? Si ellos hacen algo… lo hacemos
mejor. Todo está jodido; pero eso no quita que tengamos que ir. Parece que está
muy bien; pero a mí ya me cansa no saber qué va a pasar y necesito el trabajo,
al menos eso.
En cualquier
otra circunstancia habría obedecido cualquier orden de aquella voz. A partir de
este punto ya era el miedo el que estaba tomando las decisiones. No solo por el
miedo a ser negligente sino por el miedo a que ese mundo que yo desconocía me
reconociera. Seguí sentada o sentado, según se mire, con la frente apuntando al
concreto entre los dos pies de Lebón. El camión llegó hasta donde estábamos,
abrió la puerta y todo empezó a ir muy lento. No sé de qué remota galaxia me vino
la capacidad de un satélite, para levantar la cabeza y empezar a observar a mí
alrededor con la precisión del indiferente. El cielo estaba parcialmente
nublado, las nubes no daban lugar a interpretaciones y sobre la calle, como si
estuvieran coreografiados, los puestos de comida se turnaban la clientela,
haciendo recordar un tablero de ajedrez con formaciones imposibles de una metafórica
batalla. Por primera vez, esa mañana, fui consciente del sonido, más allá de la
voz del acompañante de Lebón, chillidos y canciones y rumores. Si me dijo algo
durante ese momento, no lo escuché. Hasta que el camión volvió a cerrar la
puerta y avanzar, no podía escuchar nada salvo todo lo que pasaba a mí
alrededor.
-Entonces no
vamos trabajar, muy bien; pero el día me lo vas a pagar tú. Si no quería que
tiraras un cigarro a medio fumar por lo que cuestan, imagínate si voy a querer
perder la paga. Eso sí que no. Justo hoy, ha sido uno de esos días en los que
no la he hecho de pedo por nada y estaba resignado a joderme como Dios manda.-
-No se me
había ocurrido que fuera así porque así es como Dios quiere que sea…- le
respondí sin nunca antes haber hablado de Dios.
Ser viejo no
te vuelve sabio automáticamente; pero entiendo que a veces es más fácil
explicar la vida como un milagro que como un accidente. Le busqué la mirada y
observé sus ojos fijamente durante unos segundos, con tanta intensidad que fue
él quien miró hacia otra parte. Hasta el más familiar integrante de nuestro
entorno puede resultar extraño si nos detenemos a mirarlo. Esa es una información
que tenemos todos, nos viene de fábrica y Benito también era poseedor de ese
conocimiento. Sí, Benito sí es su nombre. No es el bochornoso caso de “un
hombre al que llamaremos Benito”.
-¿Entonces
qué hacemos? Si ya no fuimos a trabajar ¿Qué...?-
-Compremos
algo de comer ¿Qué venden allá?- pregunté señalando el puesto más lejano de
donde estábamos y empecé a caminar. Caminar con otras piernas era increíble,
podía sentir todo el mecanismo del movimiento. Desde que enviaba la orden hasta
que la planta del pie aterrizaba en la superficie, sentía el vértigo de esa
imperceptible velocidad. <<La meta-consciencia, eso es>> me decía
mientras disfrutaba de la respiración como si fuera una droga que nunca antes
hubiera probado. Al mismo tiempo iba tomando notas mentales de las diferencias
entre las emociones de antes y las de ese momento al hacer exactamente las
mismas cosas. Mirar, escuchar, hablar, caminar, respirar y ver, nunca habían
sido actos tan improvisados y ensayados a la vez. La idea de comer algo me
producía rechazo y al mismo tiempo una atracción primitiva. Hace más de nueve
años que tuve la revelación de que comer era algo no sé si desalmado; pero sí
algo que debería hacerse en privado. Desde entonces siento el acto de comer
como algo humillante. No estoy diciendo que tendrían que invertirse los papeles
y quedar con alguien, para cagar en lugar de para cenar.
Digo que
comer no debería de ser lo que es sino un acto individual y preferentemente sin
testigos, mera supervivencia ¿Por qué sentí que en aquel escenario podría comer
plácidamente sin la culpa que solía tener al hacerlo? Una de las muchas
inconveniencias de estar en uno mismo es la posibilidad de sentirse inmóvil y
una de las ventajas de saberse en otro es la de sentirse en perpetuo
movimiento. Nunca había estado en ese sitio y aunque no pensaba en términos
turísticos, sí que quería indagar sobre el efecto que podía causar en aquel
ecosistema. Cuando era una niña había hecho aprender, a una prima que amaba a
los conejos, lo que sucedió en Australia, cuando se hicieron llevar conejos,
para practicar la caza. Aquello resultó en una catástrofe. La idea, claro, fue
de un imbécil con más recursos que criterio.
Hablamos algo
de camino al puesto de comida, una señora de espíritu muy cálido vendía tamales,
dulces y salados, champurrado y café. Sin embargo no lo recuerdo. Las
conversaciones que uno olvida no son porque sean insustanciales. Sé que se
olvidan porque ese es su fin. El olvido funciona igual que la memoria, necesita
estimularse. Recuerdo que sentí la energía que tuve que utilizar, para detener
los pasos del cuerpo de Lebón y que yo me pedí un tamal de elote, uno de fresa
y un champurrado. No voy a hacer el malabar de decir que mientras lo comía
pensaba en ello; pero lo disfruté y cuando quedé satisfecha sí le dije a Benito
que eran los mejores tamales que había comido nunca. Eran las siete con veinticinco de la mañana.
Eso quiere decir que yo tenía más de una hora en el cuerpo de un extraño, sin
ningún tipo de teoría al respecto, sin haber entrado en estado de shock, sin
siquiera haber levantado la voz, tal vez hasta pasándola bien y-cabe señalar,
sin haberme percatado aun de que ahora tenía pene y ya no tenía tetas, mi
hermoso par de tetas. Una puede ser muy inteligente, brillante; pero un buen
par de tetas perpetúan el interés de algunas personas por la física. Con todo
un día por delante esas son cosas que no conviene ignorar. La única explicación
que existe, para que la especie humana aún no se haya extinto, es que la
imprudencia suele ser sostenida por la buena fortuna. Benito me palmeó la
espalda.
-No están
mal. Una vez probé unos en Morelia de chocolate ¿Has sentido alguna vez ganas
de compartir algo con todo el mundo? Así me sentí al comerlos. Muchos de los
problemas del mundo se solucionarían si no tuviéramos esa costumbre de querer
cosas que a nosotros, realmente, nos valen madre y que solo las queremos porque
así se supone que sea. A mí con ir al balneario y pagar nada más la mitad,
pasar la mañana a gusto, nadando, tomamos unas cervezas y de paso ver los
culitos de las morritas que caen ahí... con eso ya tengo el corazón, para no
pelear con nadie; pero me siento mal. Sé que esperan que quiera más aunque no
lo quiera.-
-Como si
Ícaro no hubiera querido volar más alto por un impulso propio sino inculcado…-
murmuré y descubrí que yo no tenía ni idea de competir en experiencia de vida
con Benito. Los complejos los tienen hasta los mejores de nosotros, Es sabido
que a las personas más exitosas las mueven los gruesos hilos de los complejos. Con
eso como excusa comparé mi casa con la casa en la que –seguramente, Benito
vivía. Si hubiera tenido que adivinar hubiese dicho que vivía en una de esas
casas referentes que usan en el cine de la barbarie mexicana, un cuarto de
azotea o un departamento de diez metros cuadrados en alguna vecindad que apenas
se mantiene en pie. Cuando volvimos a caminar cambié aquel pensamiento por pensar
qué tipo de relación podían tener ¿Quién de los dos era el imprudente? ¿Cuál de
ambos era el más atractivo? Hasta ese instante no conocía el aspecto físico de
Lebón así que busqué su reflejo en el cristal de una camioneta. No era la mejor
manera, la imagen no era lo suficientemente nítida y era como si hubiera
arrastrado conmigo mi miopía. Sin mentón, una quijada tímida le daba un aspecto
frágil, de vulnerabilidad y ciertamente penoso. Era el rostro de un hombre que
una mujer no elige en caso de tener que elegir un rostro si fuera hombre; pero
quizá eso era una oportunidad. Estaba segura que esa cara había condicionado su
personalidad y si tenía razón, y era un tipo sin gracia, podría hacer más fácil
mi infiltración.
-¿No has
visto a Clara? Me dijo su jefa que ya andaba con un morro de la universidad.
Dice que le dijo que tú no valías madre, que nomás haces como que haces; pero
que no haces ni madres. Yo no sé por qué son así las morras. Debería quedarse
lo bueno y ya, si no fue pues no fue, no es a huevo. Además ¿Cómo va uno a
saber lo que va a pasar? Todas las veces que a mí me han dejado, siempre he
deseado que les vaya bien, sus motivos tendrán. Sí, me pongo pedo y canto y
lloro y pues me agüito; pero nada me deben. En cambio, cuando yo ya no quiero y
como soy vato, resulta que soy un cabrón y a la chingada conmigo.-
Hay ciertas cosas que nunca deben cambiar. Yo ya no tenía mi hermoso par de tetas, tenía un pene a saber de qué tamaño y en qué condiciones. Sin embargo aquellas palabras me hicieron revolver el estómago, tanto que tuve el impulso de escupir y escupí.
-¿Qué? Es
como hablar de eutanasia teniendo veinte años, siendo guapo, atleta y
millonario.- No supe qué más decir. Es cierto que su comentario ignoraba siglos
de patriarcado y un incontable sin fin de arbitrariedades cometidas por el
hombre contra la mujer. Además ¿Se ponía como víctima? ¿La sociedad lo
cancelaba a él? Benito me caía bien; pero estaba loco si creía que podía decir
esas cosas solo porque pensaba que estaba hablando con Lebón ¿y Lebón? ¿Pensaba
igual? ¿Qué hubiera respondido el cara de pepino de haber estado ahí? Pues no
hubiera respondido nada porque de haber estado estarían trabajando en sus
trabajos de mierda, aptos para su evidente estreches de mentes (sé que mis
últimos comentarios dejan en evidencia que no soy mejor persona que Benito).
-¿Eutanasia?
Me preguntó y se detuvo.
-Pues así,
Benito. Eutanasia contada por Rafa Nadal, así suenas…todavía no conozco a nadie
con autoridad que pueda identificar la lógica de las emociones y si encima hablamos
de lo que te parece injusto a ti pues se invalida fácilmente. En los tiempos de
nuestros bisabuelos, una mujer pasaba cada día desde que se casaba queriendo separarse
de su esposo y no tenía más opción que pintarle los cuernos. Si eso se hubiera
sabido –por lo que sabemos, la habrían encerrado, para pasearla por las calles cada
tanto con un letrero colgado del cuello que dijera “¡Puta!” ¿Cómo explicas que
no se pudiera entender tan normal que ella quisiera algo más que estar casada
hasta que la muerte la separe?-
-Eso fue hace
un chingo…no mames.-
-Según qué
casos solemos decir que deberíamos ser libres de hacer lo que queramos y es
porque no somos libres. Piensa en lo que realmente quieres, eso nos gustaría a
todos ¿Entiendes? A todos. También a Clara.
-Ah ¿Entonces
está bien que diga mierdas de ti? ¿Eso es lo que realmente le gusta?
-No lo sé. Si
me parezco un poco al promedio, es probable que no se lo pregunté y di por
hecho que lo quería era lo mismo que yo.
-Entonces es
probable que seas un vale madres que hace como que hace; pero no hace ni madres.
-Es probable.
-Pues no me
lo parece. Cerrando los ojos, estirando el brazo y apuntando con el dedo, me
podría poner a dar vueltas y a quien termine señalando será alguien que quiere
ser feliz.
-Confundes
los puntos. Además de las probabilidades.
-Pues más me
confundes tú. Son tus mismas pretensiones de siempre, solo que ahora las estás
diciendo sin que suenen a ti.
Aquella no
era una discusión de la que debía formar parte. Como en los viajes en el tiempo
no debía de alterar en nada los hechos. Es cierto que los argumentos de Benito
eran totalmente absurdos, propios de un macho ignorante y hasta cierto punto
narcisista. Lo extraño es que a pesar de ser incorrectos y censurables no eran
malintencionados. En su voz se podía notar la necesidad de liberar a Lebón de
algo que -en el entender de Benito, lo angustiaba. De haber sido yo, Brenda en
el cuerpo de Brenda, habría gastado cada una de mis calorías en mostrarle su
miseria; pero dejé que ese infierno en particular fuera exclusivamente de sus
condenados o al menos creí que eso hacía.
-¿Dónde
estamos?- Pregunté borrando de la voz de Lebón todo rastro de las polémicas
anteriores y del propio Lebón. Benito giro su cuerpo 360 grados sin parecer
extraño y como si estuviera recreando en su ser la rosa de los vientos. Desde
el mismo punto al que había llegado después de empezar a girar me miró a los
ojos.
-Algo está
mal ¿Cómo es posible que ya sean las doce? Algo está mal. Cualquiera, por
menos, nos desearía la clamidia, o el chancro o al menos la balanitis.
Era evidente
que Benito iba recapitulando cada acción desde que despertó ese día hasta el
momento en el que nos encontrábamos. Como si de un chiste malo se tratara, pasó
un taxi con el volumen de la radio muy alta y el locutor dijo “porque hay
canciones que pueden parar el tiempo”. Si tan solo el tiempo se hubiese
detenido. Sin embargo había corrido hasta llegar a un sitio fuera de nuestra
comprensión, incluso de la mía que ahora capitulaba, segmento a segmento, el
drama entre Lebón y Benito. Casi ni me había percatado del resto de gente en la
calle, apenas y podía asegurar que esa sensación no fuera la de un sueño. Como
si todo el estoicismo anterior hubiese sido sostenido por alguien que no era
yo, me derrumbaba al confirmar su peso. Benito había hecho notorio lo obvio de
mi situación, algo estaba mal. Había caído de golpe a la mitad de una redención
por suceder y la meta-consciencia era el factor que la impedía. Si le metes el
pie al planeta, mientras gira en su propio eje y alrededor del sol, el sistema
solar entero colapsaría.
-Necesito salir de acá, Benito. Tiene que haber un lugar al que podamos entrar a tomar aire.
Las secuelas
de la verdad es lo que mucho padecemos como ansiedad. Si no es un padecimiento
remoto y es más bien la contraportada de una generación todavía floreciente, es
porque la verdad es cada vez menos referente a las personas. No es una entidad
divina la que nos ha abandonado, es la verdad la que nos ha dado la espalda y
ya ni siquiera se burla de nosotros cuando le chillamos nuestros veredictos y
prejuicios. La boca seca, pastosa, una frecuencia aguda martillando en mis
oídos, ceguera intermitente, pinchazos
en la espalda, manos, pies, muslos, abdomen y cuello, transpiración, temblores,
nauseas, sangrado en las encías, hormigueo en las sienes, como si una flota de
mil diminutos buques de guerra se hundiera en mi cerebro, sensaciones abriéndose
paso en una realidad que me sabía intrusa. No pude más y grité. Decenas de
personas podían mirarme, escucharme, incomodarse porque mi nerviosismo las
contagiara; pero nadie podía ayudarnos. Si Benito permanecía ahí, ahora más
parecido a un centinela que a un hombre ordinario, atormentado por la culpa, era
porque era la única posibilidad de una explicación. No estuve del todo
inconsciente; pero al volver en mí, el cuerpo de Lebón me rechazaba haciéndome
sentir atrapada. Aquello era lógicamente lo que tenía que haber pasado en el
inicio. Lo retroactivo de esa adversidad era lo que se conoce como “toda
experiencia nos enseña algo” y yo estaba aprendiendo que sentirse bien no
sucede porque las cosas vayan bien. El bienestar es una exclusiva jurisdicción
que solo pasa de la piel para adentro o no pasa; pero en ambos casos es
intransferible, pasajero, contradictorio y vulgar. Si no había nada
extraordinario en sentirse bien, sentirme mal no era distinto.
-Me hiciste
acordarme de Alíen. También de cuando fantaseábamos con hacer un comercial: el
Alíen que sale del abdomen del actor tiene la cara de Jesucristo y empieza a
citar el Deuteronomio 28:53; pero lo que dice esa madre siempre lo mantuviste
en secreto, para que lo escuchara por primera vez en el momento de hacer el
comercial. Eso sería lo que usaría, para descubrir si tú eres realmente tú. Te
pediría que me dijeras qué dice. El problema es que me podrías decir cualquier
cosa y no sabría si es así o si estás mintiendo. Entonces al chile ¿Cómo te llamas?
-Brenda.
La mañana en
la que desperté siendo Brenda en el cuerpo de Brenda y ya no meta-consciencia,
me masturbé. Después de hilvanar dos orgasmos consecutivos tenía en la boca el
sabor de un helado de limón. El sabor favorito de Benito, para el helado y el
agua fresca. A veces solo deseo que le vaya bien. A veces solo deseo que le
vaya mal. No pedí ni hubiera pedido cruzarme con él y lo que pasó fue terrible
y extraordinario a partes iguales. Tengo la paz de que esto que sé él también
lo sabe. A veces vuelvo a ver Face/Off y fantaseo que en el segundo acto despierto
en la mente de Benito y lo arreglo y lo descompongo y lo arreglo y lo
descompongo y lo arreglo y lo
descompongo…
Fin.
Comentarios
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Sí existen las metaconciencias.
También lo siento.
De hace 10 años... va a su bola el tiempo, eh. Me he sonreído al releerlo. Me hace ilusión ese efecto en cadena, una visión generosa de una persona sobre otra persona afecta –supongo, al grado de tener que continuarlo. Gracias por traerlo de nuevo y sí, existen las metaconciencias. Lo siento también.