Bildungsroman.
Decía
Epícteto que quien empieza a instruirse deja de culpar a los demás para
culparse a sí mismo, mientras que el ya instruido no culpa a nadie, ni a los
otros ni a él. Conviene aceptar que no todo depende de uno y que ni siquiera
los aciertos garantizan nada, son millones las variables que bailan frente a
los propios actos, que a veces son un guijarro que cae en mitad del río para
dibujar algunos círculos sin alterar el curso de la corriente verdadera.
El fracaso del fracaso. Rodrigo Cortes.
Mi nombre es
Ultra y ya lo sé. No parece un nombre y cuando por fin parece un nombre no
parece el nombre de un personaje ordinario como yo. Eso es lo que más odio de
los nombres, anuncian la manera en la que serán vistas las personas y se habla
muy poco de eso. Quizá los ingenuos hayan sido mis padres. Quizá tuvieran un
rasgo extravagante que los hacía sentir capaces de engendrar un hijo desacomplejado.
Evidentemente sobrestimaron su calidad humana. A ellos les debo el nombre y también
a ellos les debo haber crecido sin padres. Como sabían que ya no tenían mucho
tiempo, prefirieron dejarme y no crear un vínculo de mí hacia ellos. Sobra decir
que no consiguieron romper ese vínculo y mucho menos anticiparlo. En algún punto
de nuestras vidas nuestra relación con el abandono va cambiando y deja de ser
algo personal. Se convierte solo en una más de las tantas cosas que tiene la
vida cuando la enmarca un reloj. Una decisión es solamente una semilla y en un árbol
podemos ver hacia donde ha crecido esa decisión. Ahora me estoy orinando, voy a
detener este relato y con ello seguramente perderá lo poco de atractivo que
tenía, mi rabia.
Efectivamente,
ahora todo está mejor, mi rabia se ha ido por el desagüe. Con el dedo índice y
el dedo pulgar he sostenido mi micropene y he ido sintiendo como pasaba a través
de mi uretra la inconformidad, para desembocar en un charco de agua que ya se
evapora. Al sacudirme ya es como si el plan maestro, en el que todos están,
menos yo, fuera perfecto. Al final, el verdadero sentido de la vida es esa miseria
que significa homenajearnos. Porque esto es así. Uno ama, odia, sufre, goza,
gana, pierde, llora, ríe; pero también uno mea, caga, come, duerme, bebe, escucha,
ve y se desconoce. Esa dinámica es la que transitamos en el tobogán y nosotros
nos deslizamos por ahí sin poder contener ni retener emoción alguna salvo por
pequeños instantes. De hecho, la única razón por la que escribo esto es por
poder decirme que fui yo quien escribió al respecto, a sabiendas de que ayer no
me importaba y mañana me importará un poco menos.
Nuestra sociedad
divide facultades, obligaciones, derechos y accesos, mediante un criterio
aceptado en lo general; pero cuestionado en lo particular. Según el tiempo que
cada ciudadano va a vivir es que el gobierno le irá brindando o restando libertades.
Personalmente no he conocido otro tipo de estrategia, para controlar a un grupo
de personas. Entonces no puedo decir si estoy de acuerdo o si estoy en contra.
Como tengo el tiempo contado, mis reflexiones las consumo en elegir qué hacer o
no hacer dentro de los límites de ese sistema. Dicho así no me parezco ni
siquiera al personaje secundario en el relato de un insecto. Más allá de eso,
no será la primera vez que los méritos son insuficientes. Y aunque sea prescindible
porque soy solo un conejo más en la chistera de un mago manco, contaré cuanto
me escuece esa tipo de suerte que no es suerte sino decreto.
Todos los
días se publican libros de todo tipo de temas. El más mínimo desliz de la imaginación
humana tiene una publicación y muy probablemente un lector. Sin embargo no he
encontrado ningún texto, y vaya que lo he buscado, que hable del hecho tan
absurdo que es venir al mundo con un tiempo de vida establecido he irrevocable.
Los que mandan “dicen” y pongo dicen entre comillas no porque no lo digan sino
por subrayar que todo lo que nos dicen es una mentira. En fin. Que dicen que el
hecho de venir al mundo con la fecha marcada en la que vamos a morir es la forma
que tiene la naturaleza de ordenarse. Bien puede ser que sea algo natural o que
sea antinatura, igual eso no sirve al obligado a trabajar porque vivirá más años que
su padre. Naturalmente que yo he pasado por muchas fases y mi opinión al
respecto ha sido una y luego otra. Saber cuándo voy a morir, hace tiempo, me parecía
conveniente. Tanto que me servía de eso, para probar los límites de la física y
la biología. Además está la manera tan orgánica de saberlo. Nacer con un
tatuaje en la nuca, al ras de donde inicia el cabello en la cabeza, me parece un
tipo de marca de exacta elocuencia. Esa sí que es una marca digna de tener en
cuenta y no el color de piel ni los rasgos físicos y mucho menos el idioma o la
nacionalidad. Hay quien llamaba infortunio al hecho de que los recién nacidos podrían
fechar simplemente unos días despues de nacer. Esos mismos llamaban fortuna al ver los tatuajes de
las criaturas y que la fecha fuera distante. No son pocos los nenes que nacen
con la fecha de su nacimiento tatuada y a sus padres no les queda más remedio
que usar unas cuantas horas, para hacerse a la idea de que ese es su primer y último
día juntos.
Sé que en el norte
ya están implementando tecnologías, para ver el tatuaje cuando el feto aún está
dentro del útero; pero no puedo decir nada de eso porque ni he sido padre y ya
no podría serlo en vida. Mi desconocimiento me obliga a callar en ese y otros
tantos temas. Debo advertir que rechazo radicalmente mi derecho a decir lo que pienso, si eso obliga
a los demás a escucharlo. Esa fue una idea extranjera que fomentaba un
nacionalismo contrario a la idea de país. Si deseas dejar de leer en este momento,
lo que sigo escribiendo, estaré complacido de que aún se haga uso de la
libertad de elección...aun si es para una tonteria.
No hace
mucho, calles más arriba del hospicio donde crecí, hubo una pareja que luchaba incansablemente
por tener un hijo hasta que consiguieron que la mujer quedara embarazada. Estaban
plenos de alegría y no dejaban de dar gracias a Dios por aquel milagro. El tratamiento de fertilidad los habia endeudado hasta el punto de tener dos trabajos cada uno. Esperaban
a la que sería su hija con absoluta devoción. Además tenían a su favor que sus propias
fechas mortuorias se prolongaban cuarenta y cinco años más después del
nacimiento. Lo malo, lo que no previnieron, fue que la niña –a la que llamaron
Esperanza, nació el 22/04/2011 con un tatuaje marcando el 25/04/2011. Aquello los
dejó devastados en todos los sentidos. Se condenaron bilateralmente a miradas
de rencor y culpa y calumnia. Todo por algo simplemente vulgar. Ahora ambos están en prisión
por haber asesinado y desmembrado a un niño al que primero secuestraron. Por supuesto
que matarlo no lo hicieron ni antes ni después de la fecha marcada. Ya sé, yo
mismo estoy hecho un lio con todo esto.
Como lo dije
anteriormente, he ido pasando por fases que con un mínimo de razón resultan
incompatibles entre ellas. Lo que hoy me sucede, a cinco días de mi fecha de
caducidad, es sentirme terriblemente vacío a la vez que hastiado. No voy a
llegar a cumplir los cuarenta. Esos años que “dicen” son los nuevos treintas. Mi
cuerpo empieza a mostrar su decadencia, la piel me descuelga por la cara y por
los brazos, la panza me asquea y gasto mucha energía en querer ocultarla. Tengo
episodios de olvidos que no son trágicos por el olvido en si sino por la vergüenza
que me provocan. Querer levantarme de un golpe me resulta muy triste y me
arruina un buen día. Me he dejado crecer el cabello como una alarmante muestra
de miedo a no haber sido lo suficientemente silvestre, lo que uno tiene que ser cuando su fecha de expiración es de tan solo treinta y ocho años. Sé que
puede parecer que detrás de lo que digo está la inminente muerte como único motivo;
pero nada más lejos de la realidad. Esta no es una elegía.
Ya todos
sabemos que, como sabemos con exactitud los años que vamos a vivir, nos vamos
dejando la vida para después. Eso es lo que me molesta ahora, la vida. Es este hormigueo en el pecho, como diciéndome que había mucho más de lo que elegí
vivir. Me iré y al final habré hecho todo aquello que se espera que haga una
persona que viviría exactamente treinta y ocho años, dos meses y cuatro días. He
viajado sin destino fijo, hasta llegar a los fondos de Alaska, donde un oso grizzly
compartió conmigo un salmón. Y aunque parece mentira, esa es tan solo una
pequeña anécdota entre todas las aventuras que me decidí a vivir. Además que de
cualquier manera se me va a malinterpretar, siempre se nos malinterpreta. Una multitud,
ya sea de uno o de miles, siente en ella la causa de la verdad. Esa es la razón
por la que nadie habla de un hecho tan siniestro como este ¡nacemos sabiendo el
día en el que vamos a morir!
Entonces me
casé, me separé, me enlisté en el ejército, robé y usurpé identidades, hice
algunos amigos y después los olvidé en la orilla de la costa, heridos por mi
propia mano. Nunca me ocupé de trabajar en nada que no fuera encumbrarme. No
asumí ningún tipo de responsabilidad con nada ni con nadie. Pregoné que mis
sueños, ambiciones y anhelos, eran justos porque eran la fuerza con la que había resistido
y resistía. Duele reconocerlo; pero nunca hubo en ninguna de mis acciones un
riesgo verdadero más allá de no hacer mi santa voluntad. Para otros puede ser
algo mínimo; pero ¿qué valor tiene hacer algo cuando no te puede ir la vida en
ello? Todos los días veo en las calles gente que va y viene sabiendo expresamente
a donde se dirigen y se dirigen a una fecha. En el trayecto se detienen y
juegan a la vida como perros que juegan a perseguir una presa. Sin embargo esta
vida codificada nunca es nuestra del todo. Ahora mismo puede venir una ola
gigante y revolcarme y malherirme; pero no habrá de matarme. No, porque aún no
es mi día.
Espero, pido
la hora, echo la vista por encima del horizonte, me disocio hasta de la
servilleta que me llevo a la boca. Después me duermo con lobos, me enamoro de
la equilibrista del circo, me emborracho, como implacablemente, me drogo, me
duermo al borde de los acantilados. Succiono gasolina de los tanques de combustible,
pierdo los boletos de regreso, acampo en el centro, vomito frente a la casa de
gobierno, insulto a la policía, me llevo las manos a los genitales al ver un accidente,
incendio mi caja de recuerdos, incursiono en desiertos de arenas movedizas,
hago mía la luna y la pincho como si fuera un globo. Hago todo tipo de actos
calificados como extraordinarios sin sentir un ápice de emoción al respecto. Quizá
lo único que llega a emocionarme es cuando me pongo a pensar en una realidad
paralela en la que la gente nace sin este maldito tatuaje y aunque son mortales
no saben cuándo habrán de morir. Entonces luchan sus vidas. No saben cuándo será
la última vez y cada vez supone un acecho al cual resistirse.
Eso me
emociona mucho porque en esta realidad hasta cuando sientes el más terrible de
los miedos una parte de ti sabe que no es el día cuando el día no es. Me imagino
lo profundo que debe ser sentirte cansado hasta el punto de creer realmente que
no puedes más. Ahora que escribo, por ejemplo, me duelen las manos y las ideas
de mi mente secan lo mismo que un pozo de petróleo para un ave; pero hoy no
será mi último día. Podría parar, tengo cuatro días más. Contra lo concreto, la víspera
no es más que tedio. Si no supiera eso ¿me detendría? Si mi destino fuera morir sin aviso ¿qué habría hecho
con eso? Es una encrucijada azarosa ¿si sé que un fruto va a secarse no debería
probarlo por eso? En cualquier realidad unos se buscan la gloria y encuentran
la ruina. No dudo que en un mundo, en el que no se supiera cuanto tiempo va a
vivir la gente, habría algunos que quisieran saberlo. Igual que no me
sorprenden aquellos que sabiendo que su fin es justo este día deciden hacer
todo lo que no hicieron antes. Ojala que a mí no me pase aunque ya sé que uno
no sabe quién va a ser mañana. Vuelvo a ir a mear, lo que se diluirá ahora es
una pregunta ¿Cómo sigo con esto?
Las vidas que
pudieron ser de otro modo son otras vidas. Lo que un día era, un día se
termina. Se me ocurre escribirlo porque nunca lo hice. Hasta donde yo sé, escribir sobre esto es totalmente inútil. Un buen relato no necesita un por qué
ni hace diferencia el final. Eso es lo que me gusta de contar. En tan solo la
primera palabra la historia nace por primera vez o es que vuelve a vivir, sin distinción
entre un destino o el otro.
Omar Alej.
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