El hombre necio.

 —¡Oh no! Me siento bien aquí. Sólo usted me ha reconocido. Por otra parte, la dignidad me aburre. Y sobre eso, pienso con alegría que cualquier malvado la recogerá y se la pondrá impúdicamente. Hacer a alguien feliz. ¡Qué alegría! ¡Y sobre todo, un alguien feliz que me hará reír! Piense en X o en Z…¡Qué divertido resultará!

La pérdida de la aureola. Charles Baudelaire. 


Sí. 

La quería toda para él

y era sufrir

imaginar

compartirla con alguien;

pero ¡ay! el tiempo.

Perdió la fuerza en sus garras

el brío en su aliento  

la estoica locura que empuja

atravesar la distancia

y cuando vio su ropa rasgada

con girones de manos

que mueve el espíritu

recién lavado en saliva

a manera de ráfagas

Él le compró otro vestido

bastante pálido

negro también.

 

En su telúrica calma

no lo heló el frío

ni se quemó de calor

porque ya era ceniza.

 

Más se quiso alegrar

decir que era para ella

dueño y esclavo

porque cuando todo era todo

explotó

y aquí estaba quien.  

Dispuesto a recrear sus huellas

para besarlas al borde

de sus pies en el aire

se distinguía con la historia

de una combustión que seguía.

Antes podría tener de su lado fortuna

y la tuvo

con ella a sus pies

subió; pero ¡ay! el tiempo.

 

En su telúrica calma

no lo heló el frío

ni se quemó de calor

porque ya era ceniza.

 

Era pura envidia

y un vil cobarde.

Siempre llevando

maniobras bajas

para cercarle

y no permitirle

ver que la lumbre

era más lumbre

detrás del muro de sus lamentos;

pero ¡ay! el tiempo

nada ha llevado.

Sigue mezquino

fingiendo enfermo lo que está sano

rabioso y miedo

agrio custodio de cuanto ha perdido

preso en la vida que no vive

ruido violento

que quiere herir  

la primavera.

 

No es como dicen.

No es un producto del deterioro.

No es la materia que se transforma.

 

Es

tan solo

ceniza.

 

Omar Alej. 



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